DIFERENCIAS IRRECONCILIABLES
María Dolores López GuzmánMt 25,31-46. Evangelio del domingo 26-noviembre-2017
La imagen del Hijo del Hombre sentado en el trono, separando las cabras de las ovejas, donde las primeras sufren un castigo eterno, mientras que las segundas se quedan con Él, nos deja algo perplejos y con un nudo en la garganta. Cuesta reconocer a un pastor bueno tan selectivo. ¿Cómo leer en este relato la buena noticia del evangelio?
En primer lugar, hay que situar la narración en un contexto rural. Y la gente del campo maneja un dato fundamental: que las cabras van más a su aire, mientras que a las ovejas les gusta la pertenencia y por eso necesitan estar en un rebaño y dejarse guiar por su dueño. Las ovejas no son más perfectas que otras criaturas, sino menos independientes; se comprenden a sí mismas en el grupo, y tienen en cuenta a las demás.
En segundo lugar, no debemos perder de vista el carácter del Señor (que lo mantiene siempre). El profeta Ezequiel ya adelantaba en la primera lectura que el modo de proceder de Dios es salir permanentemente por los caminos a buscar en persona a los descarriados y a los enfermos para curarlos y llevarlos con Él. Nunca nos da por perdidos. Jesús se encargó una y otra vez de ratificar esta idea en múltiples parábolas en las que nos dibujó un buen retrato de sí mismo. Capaz de dejarlo todo por una sola oveja extraviada.
En tercer lugar, recordar que Jesucristo ha vencido a la muerte para ensanchar la vida. La acción más importante y definitiva que el Señor ha hecho sobre la historia ha sido precisamente abrir ya aquí la puerta a un reino que no tiene fin, en el que Él es Rey sin dejar de ser ese Pastor que nos mima y cuida continuamente. Este es el verdadero significado de la festividad de hoy: este modo de ser Señor.
Por último, caer en la cuenta de que, entonces, lo que nos queda por hacer, es estar en sintonía con Él (incluso aunque no le reconozcamos ni sepamos pronunciar su nombre). La praxis de la misericordia y la compasión es lo que más nos asemeja y acerca a Dios; mientras que el desprecio y la indiferencia ante el sufrimiento de los otros es lo que más nos aleja. El Señor no nos condena, al contrario; sería absurdo e incompatible con todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros. La propuesta de esta narración del evangelio justamente ahonda en esta misma dirección, porque nos invita a reflexionar en la radicalidad de la misericordia y a concluir que, entre el modo de ser de este Rey Pastor y el del egoísmo existen “diferencias irreconciliables”. La indiferencia y el desprecio no van con Él, allí nunca lo encontraremos. Únicamente en el amor hacia nosotros mismos y hacia los otros, experimentaremos liberación y salvación.
María Dolores López Guzmán