EN MEMORIA DE PABLO PÉREZ VILLÁN
Juan ZapateroNo sería coherente conmigo mismo si no dijera que me siento tremendamente dolido por la muerte de Pablo en los atentados ocurridos el día 17 de agosto en Barcelona. Sí, es así como me siento: dolido y consternado. Expresar sentimientos cuesta y se hace difícil, sobre todo cuando dichos sentimientos pueden llegar a afectar a situaciones humanas muy próximas. Aunque pueda parecer repetitivo y cansino, insisto una vez más que siento un dolor muy grande porque la víctima número 15, utilizo la misma expresión de los Medios de Comunicación, era Pablo Pérez Villán, primo mío. Os lo digo por experiencia personal, no es lo mismo cuando la barbarie te azota de cerca; ya sé, y deseo que nunca os suceda, que resulta difícil comprender lo que os acabo de decir, pero es así; también yo había sentido lo mismo que todos vosotros cuando los muertos en otras situaciones semejantes, atentados concretamente, eran personas ajenas a mi vida. No sé por qué, pero ahora siento repugnancia a las estadísticas que esta, a veces maldita, sociedad nos tiene acostumbrados. Pablo Pérez Villán murió asesinado en la Avenida Diagonal por el terrorista de las Ramblas; me quedo aquí porque no quiero dar pábulo a todas las versiones “oficiales” que sobre esta muerte se dieron en su momento y también a las que otras personas, sin ningún tipo de prueba evidentemente, pero sí de conjeturas personales a las cuales tienen derecho, me han hecho llegar y sobre las cuales hemos conversado distendidamente.
He perdido a un ser querido extraordinario, todos los son para sus familiares, ¡solo faltaba!; pero Pablo era muy especial; lo conocía muy profundamente porque tuve la oportunidad de conversar muchísimo con él, con motivo de las diversas entrevistas personales que le hice sobre el mundo de la solidaridad, de la cual era un “número uno”, porque lo escogí en su momento para ocupar uno de los capítulos del libro Frescor de Juventud que publiqué el año 2013. Después me fui enterando poco a poco que lo que me refirió a mí eran solo pequeños esbozos de lo mucho que respecto a la entrega total y desinteresada a los demás había llegado a realizar de manera callada y silenciosa. A través de las entrevistas que mantuvimos, internet nos lo facilitó mucho, conocí al Pablo que te lleva a decir ¡Ostras, que chico! Con la edad que tiene y qué madurez y cantidad de valores lleva encima.
Os acabo de referir mi dolor sobre el que podría hablar largo y tendido, pero prefiero quedarme aquí, porque tengo la sensación de que mi corazón me está pidiendo silencio y no airear a los cuatro vientos sentimientos concretos que quiero vivir solo desde el silencio y desde mi intimidad.
Sin embargo, sí que quiero hablarle a Pablo y decirle abiertamente lo que le diría si le tuviera presente físicamente. Se lo voy a decir porque para mí Pablo no ha muerto ni morirá nunca; él continúa vivo y presente a través de toda la generosidad que desbordó a raudales y de una manera más que generosa.
¿Te acuerdas, Pablo, cuando te pedía que me describieses a tu familia y me decías?: “Mi familia ha estado, está y seguirá estando siempre a mi lado, concretamente mis padres” El otro miembro de la familia es mi hermano menor: no es una ilusión ni un propósito de hermano, pero debo reconocer que no conozco a nadie de su edad que tenga un corazón tan grande, lo que me hace sentirme orgulloso y contento de formar parte de su vida”. ¡Vaya, como si su corazón fuera el de una pulga! Y ya no digo como entendía la amistad y el aprecio que sentía por los amigos.
O también cuando decidiste ir a hacer el Erasmus a la Universidad de Buenos Aires: “Mientras iba aterrizando el avión y divisabas aquella inmensa urbe con las luces todavía encendidas, no pudiste por menos de decir: ¡pero qué carajo hago yo aquí! ¿Cómo se me habrá ocurrido venir hasta el otro extremo del mundo?”
Y, resulta, Pablo, que allí conociste muchas cosas que marcarían tu vida y un enfoque de la misma hacia el mundo de la solidaridad. Conociste a aquella familia que tanto te quiso y que tú quisiste con locura. Pero sobre todo conociste el mundo de la pobreza y de la miseria que te llevaría un día a decir: ¡No me puedo quedar con los brazos cruzados! Concretamente seguro que sigues recordando aquella ONG llamada “Un techo Para Mi País”, o a aquel profesor que trabajaba en una zona impenetrable de la provincia del Chaco (Para quienes no saben qué es el Chaco, solamente decirles que es una de las zonas más deprimidas de América Latina). Pues bien, fue “acá”, en Argentina, (como tú decías con un cierto acento bonaerense que ya se te había pegado) donde comenzaste a hacer de las tuyas para intentar sacar un poco de la miseria a los más pobres y desheredados.
Tristemente llegó Haití, con el terremoto ocurrido en Puerto Príncipe el 12 de enero de 2010. Casualidades de la vida, el desastre ocurrió justo un día antes de que cumplieras 27 años y exactamente el día en que tu madre también cumplía años, según tú mismo me expresabas. Recuerdo, Pablo, que me hiciste pensar mucho, cuando me mandaste por Internet las siguientes palabras: “Escribo esto no como una anécdota más, sino porque fue un factor que influyó en mi decisión de empezar a moverme para poder intentar ir allí a aportar mi pequeño grano de arena”
También te llevaste tus decepciones, Pablo, a la hora de trabajar en el mundo de la solidaridad. Pero éstas no fueron obstáculo para que tu tozudez te llevara a continuar y a seguir adelante hasta los propósitos que te habías marcado.
Cabe decir, Pablo, que todo esto no te vino porque sí: detrás de ello había una familia de la que habías mamado estos valores, un colegio, san Ramón, de los padres de la Sagrada Familia, que te ayudó, como también tú mismo expresabas, a encarnar en la persona los valores cristianos. Una parroquia con los grupos de Confirmación y de Jóvenes a los que tú pertenecías, etc. Había también unos amigos; ¡por cierto: cómo te querían y como los querías! Y podría seguir diciendo y diciendo. Y todo ello, ¿para qué? Pues sencillamente para ser libre y para sentirte libre. En tu corazón, Pablo, no existían rejas, ni puertas, ni fronteras. Tu corazón solo entendía de alas, de campos abiertos y de océanos inmensos. Y ello, porque solamente te importaba la Verdad que no se encuentra en otro lugar más que en el Amor que tu viviste dándote y entregándote. Seguro que en todos estos ambientes en donde te educaste te repitieron más de una vez las palabras de Jesús a sus discípulos: Solamente la Verdad os hará libres. Por eso, Pablo, tú fuiste, sigues y seguirás siendo libre eternamente: porque conociste la verdad que solamente reside en el amor.
Por todo esto y por tantísimo como nos has dejado: ¡Muchísimas gracias, Pablo!
Juan Zapatero Ballesteros
Eclesalia