LA VIÑA DE MI AMIGO
Florentino UlibarriMi amigo tenía una viña en fértil collado.
Como hábil labrador la entrecavó, la despedró,
y plantó buenas cepas;
la rodeó con una cerca,
construyó en medio una atalaya
y un lagar para recoger el fruto de la cosecha.
Mi amigo amaba su viña
tanto como su casa solariega,
pero tuvo que ausentarse por sus múltiples tareas.
Antes de irse nos eligió e hizo de su cuadrilla
y nos dejó al frente de su viña;
nos marcó nuestro trabajo,
llenó nuestra existencia de tiempo y riqueza,
y nos regaló sus propias herramientas.
Él, que tan bien nos conoce,
creía que estando solos,
sin dioses que nos miren y controlen,
trabajaríamos mejor.
Pasaron años y cosechas,
pero mi amigo no olvidaba su viña
y quiso probar los frutos de su heredad predilecta.
Envió a sabios criados que no lograron nada;
envió a criados dialogantes que volvieron al instante;
envió a criados fuertes que volvieron con las espaldas marcadas;
envió a profetas que nadie escuchaba;
envió a su hijo, el que había sido camarada
y elegido a los labradores...
Pero éstos lo mataron con saña,
se creyeron dueños de la viña
y se dieron a la buena vida.
Olvidaron su tarea,
y la viña, en vez de olorosa uva,
empezó a dar agrazones en toda circunstancia.
¿Qué hará mi amigo ahora con su viña y los labradores?
¡Pues contarles, una y otra vez, la historia,
para ver si la entienden y se convierten,
y logra un final feliz, que es lo que él quiere!
Señor, estén mis oídos atentos
a escuchar tu palabra.
Florentino Ulibarri