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LA SUERTE DE TRISTÁN

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"No sé qué luz, de dentro, de quién, iba naciendo, iba envolviendo tu desnudo amoroso, oh aire, oh mar desnudo" (Blas de Otero).

2 de agosto, domingo XVIII del TO

Jn 6, 24-35

Yo soy el pan de vida: el que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed.

Juan nos presenta hoy un Jesús cuyo pan sacia el hambre para siempre y da seguridad de vida. No como el maná y las perdices llovidos del cielo, que no liberaban a Israel de la incertidubre de cada día (Éxodo 16, 12). Un alimento que en nada sirvió a los israelitas porque no fueron capaces de renovarse en la mente y el espíritu, imprescindible para vestirse de la nueva condición humana, como propone San Pablo a los efesios (Ef 4, 23-24)

De su ópera Tristán e Isolda escribió Wagner: "Nunca en mi vida había disfrutado de la verdadera felicidad del amor. Erigiré un monumento a éste, el más encantador de todos los sueños en el que, desde el principio hasta el final, el amor, por una vez, encontrará una total realización".

En este sentido Tristán, Jesús, Don Juan...etc, son figuras fáusticas que desafiaron el orden cósmico establecido, y pagaron con su vida y su amor el desafío. Con su muerte y gloria mostraron al mundo que la vida ordinaria merece la pena ser vivida. El Evangelio, como la música de Wagner vista por el crítico Bernard Wiliams, lleva siempre a un proceso medular de los hechos hasta encarnarlos en estados interiores y en profundos e irresistibles movimientos. A cambios del espíritu y la mente: "Fresco sopla el viento hacia la patria", suena en el puente de mando la canción del marinero.

Como apuntan Maribel Lumbreras y Javier Olite en su libro Música para Dios, prácticamente todos los grandes compositores han llevado al mundo su mensaje musical de fe. En cualquiera de ellos podemos encontrar obras maestras que nos hacen recordar la apasionada opinión de Goethe al referirse a Mozart: "¿Cómo, si no, podría manifestarse la Divinidad, a no ser por la evidencia de los milagros que se producen en algunos hombres, que no hacen sino asombrarnos y desconcertarnos?".

Los autores, refiriéndose al Órgano –y podríamos hacerlo extensivo a todos los demás instrumentos- escriben que "su Música se nos presenta como un camino, un viento arrollador que nos arrebata, al mismo tiempo, hacia la altura y hacia nuestra mismidad, hacia Dios". Lo que avalan citando al gran teólogo suizo Hans Urs von Baltasar (195-1988): "La música es un punto límite de lo humano, y en este punto comienza lo divino". Francis Poulenc (1899-1963), autor de la ópera Diálogos de Carmelitas, "mitad hereje, mitad monje", como le etiquetó el crítico Claude Rostand en un artículo del Paris-Presse, dijo que su obra era una yuxtaposición de lo profano con lo sagrado.

Yuxtaposición evidente en el transcurso de toda la ópera. El leitmotiv asociado con el viejo mundo aristocrático se escucha ya en la orquesta a los comienzos y posteriormente asociado con el Marqués y su casa, con el hermano de Blanche, en la escena de la muerte de la Priora, y al final de la obra. Los profundos sentimientos religiosos del compositor resultan sorprendentes en el solemne canto a capella del Ave María y en el Ave Verum corpus del Acto II. Termina la representación con el coro de monjas entonando la Salve, mientras esperan a ser guillotinadas en la plaza principal. Las voces van desapareciendo a medida que suenan los golpes de la gillotina en la percusión. La orquesta queda muda en un impresionante final.

Y quedaba también la reflexión de Blas de Otero: "No sé qué luz, de dentro, de quién, iba naciendo, iba envolviendo tu desnudo amoroso, oh aire, oh mar desnudo".

 

TRISTÁN E ISOLDA

"Estaba ahí, donde estaba siempre, y adonde siempre voy: el recinto infinito de la noche universal. Un único saber nos acompaña allí: el eterno y divino olvido primordial.

¿Cómo perdí su presentimiento? Ardiente exhortación. Así te llamo a ti ¡tú que me has empujado hacia la luz del día! La única cosa que me quedó en ese amor ardiente que me arranca de las deliciosas tinieblas de la muerte hacia la engañosa luz  que sigue brillando para ti, Isolda. ¡Isolda está aún en el reino del Sol! ¡En la luz del día está aún Isolda! ¡Qué anhelos! ¡Qué miedos! ¡Qué ansias de verla!

Detrás de mi, la puerta de la muerte con estrépito se cerraba. Ahora está abierta de par en par, los rayos del sol la han abierto. Con los ojos abiertos a la luz he de emerger de la noche, para buscarla a ella, para verla, encontrarla, perderme sólo en ella, desaparecer. Esa es la suerte de  Tristán".

(Richard Wagner)

 

Vicente Martínez

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