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ISAÍAS 63, 16 a 64, 8 / CORINTIOS 1, 3-9

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Domingo 1º de Adviento

 

Isaías 63, 16 a 64, 8

Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre es "El que nos rescata" desde siempre. ¿Por qué nos dejaste errar, Señor, fuera de tus caminos, endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor? Vuélvete, por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad. ¡Ah si rompieses los cielos y descendieses ‑ ante tu faz los montes se derretirían!.

Tú descendiste: ante tu faz, los montes se derretirán. No se oyó decir, ni se escuchó, ni ojo vio a un Dios como Tú, que tal hiciese para el que espera en él. Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos.

He aquí que estuviste enojado, pero es que fuimos pecadores; estamos para siempre en tu camino y nos salvaremos. Somos como impuros todos nosotros, como paño inmundo todas nuestras obras justas. Caímos como la hoja todos nosotros, y nuestras culpas como el viento nos llevaron. No había quien invocara tu nombre, quien se despertara para asirse a ti. Pues nos ocultabas tu rostro, y nos dejaste a merced de nuestras culpas.

Pues bien, Señor, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros. No te irrites, Señor, demasiado, ni para siempre recuerdes la culpa. Ea, mira, todos nosotros somos tu pueblo.

Esta tercera parte de la "profecía de Isaías" se escribe un siglo después de la muerte del profeta, por un desconocido discípulo, lleno de su mismo espíritu y heredero de su estupenda calidad literaria.

El ambiente en que se pronunciaron y escribieron estos textos es probablemente el regreso del destierro, el desánimo que cunde en el pueblo por la mediocridad de la restauración, la precariedad del nuevo templo... Esto hace necesaria la consolación, los ánimos que los profetas intentan infundir al pueblo, sus esfuerzos por afirmar más la fe en el Señor Restaurador.

Y es en este contexto cuando la fe de Israel se muestra más purificada que nunca, y su conocimiento de Dios aparece cada vez más limpio de muchas de sus creencias antiguas, provisionales y primitivas.

Es notable en este texto la imagen de Dios. Se llama al Señor "nuestro Padre - el que nos rescata - el que desciende de lo alto - el que se hace el encontradizo - nuestro alfarero". Una vez más, Israel expresa aquí cómo siente que es el pecado, la infidelidad a Dios, la causa de todos sus males, y cómo el Señor lo educa para que sienta así y le vaya conociendo como edificador y restaurador del pueblo.

La imagen de Dios salvador, restaurador, pastor, que va modelando a su pueblo y salvándolo del pecado es ya extraordinariamente cercana a la revelación de Abbá culminada en Jesús.

 

Corintios 1, 3-9

Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.

Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo.

Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. El os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.

Durante los domingos de adviento no hacemos lectura continua de ninguna carta de Pablo. Los tres textos de cada eucaristía se seleccionan para que formen un conjunto coherente.

Esta primera carta a los cristianos de Corinto la escribe Pablo desde Éfeso alrededor de la Pascua del año 57.

Es una carta para solucionar problemas (divisiones entre los fieles, falsa sabiduría, incesto, recurso a tribunales paganos, matrimonio y virginidad, la carne inmolada a los ídolos, el orden de las asambleas, los diversos carismas, la resurrección de los muertos...) que se dirige a una comunidad ya establecida, fundada por el mismo Pablo en el año 50 - 52, y que crece y se consolida en medio de una ciudad cosmopolita, tumultuosa y abierta a todas las corrientes del pensamiento.

El texto que hoy leemos es la introducción a la carta. Pablo se dirige a una comunidad rica en dones del espíritu, consolidada en su fe; desde el primer momento eleva el plano de sus lectores haciéndoles caer en la cuenta de quiénes son y cuál es su situación como creyentes, llenos de los dones del espíritu, poseedores del conocimiento de Jesús, llamados a la comunión con Él.

 

José Enrique Galarreta, S.J.

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