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PULSO DE LA IGLESIA UNIVERSAL AL CONCLUIR EL SÍNODO DE LA FAMILIA

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En verdad, lo que ha concluido es la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de la Familia, ya que Sínodo termina técnicamente con la Asamblea Ordinaria en Octubre de 2015.

Con los preámbulos del Sínodo, su desarrollo, la publicación de la "Relatio post disceptationem" – conocida el lunes 13 – y el "Mensaje Final del Sínodo", puede decirse con certeza que "mucha agua ha pasado en estos días bajo el puente de la Iglesia Universal".

En materia de logros, parecen modestos; a juzgar por las expectativas de algunos de abrir espacios de acogida sacramental a los divorciados y separados vueltos a casar. Considerando que éste era señalado como el mejor indicador del ánimo aperturista de la Iglesia, hay que reconocer que falta mucho por actualizar el Evangelio de la misericordia.

Si la evaluación se hace en función del lenguaje – que es la manera como se hace presente la Iglesia en la sociedad actual – y se toma en consideración la necesidad de enmendar el tono represivo y marginador respecto de algunos grupos humanos como, por ejemplo con las personas homosexuales, habría que reconocer un estrepitoso fracaso. Claro, porque mientras la "Relatio post disceptationem" consiguió expresar un mensaje lleno de compasión evangélica, a la hora de las votaciones las minorías lograron imponer la dureza del corazón del hombre.

Sin embargo hay una perspectiva ya trazada: al ritmo pausado de la Iglesia, se atisba un proceso paulatino de apertura a las nuevas realidades desafiantes de nuestro tiempo. Eso lleva a tener fundada esperanza en que será la Asamblea Ordinaria del Sínodo, a celebrarse en 2015, la que abra los cauces de la Iglesia a la pastoral de la misericordia. Un rumbo que parece imparable.

Pese a los modestos avances de la Asamblea Extraordinaria, es innegable que este acontecimiento ha tenido una importancia tremenda para la vida de la Iglesia. El proceso sinodal ya concluido ha permitido dejar al descubierto cuestiones políticas innegables.

Aquella oposición silenciosa al pontificado de Francisco, que se había construido casi como una lucubración experimental, ha quedado manifestada en los hechos.

La preparación y transcurso del sínodo dejó en evidencia una ruidosa y organizada oposición al papa. Con el sínodo quedaron al descubierto los responsables de esa oposición. Quedó en evidencia el modus operandi, que actualiza el mismo recurso de los Maestros de la Ley de antaño, que apegados al doctrinarismo se empeñaron en derribar la revolución de la misericordia del papa.

El Sínodo de la Familia fue utilizado por los opositores para acuartelar provisiones y para probar las propias fuerzas. En este sentido, la historia reciente de la Iglesia de los últimos 50 años, no tiene registro de actitudes tan desafiantes como las mostradas por algunos cardenales contra el papa. Varios de ellos se extralimitaron, dando un triste y delicado espectáculo de división eclesial. Tensionaron la comunión eclesial al máximo, tejiendo a ratos un ambiente cismático como cuando a pocos días de iniciar el Sínodo, el cardenal Müller recibió oficialmente a monseñor Bernard Fellay, líder del movimiento cismático de los lefrebvrianos.

Concluido el Sínodo y considerando las votaciones alcanzadas en los temas más sensibles, que bordearon un apoyo a las reformas del papa en torno al 58% (se requería dos tercios para su aprobación), ello da cuenta de un mayoritario respaldo a la revolución de la misericordia. Sin embargo, si se considera que los documentos del Concilio Vaticano II, donde participaron cerca de 2.500 padres conciliares, se aprobaron en promedio con la abrumadora mayoría del 98,5%, queda una compleja evidencia.

El tema es delicado, si se observa que aquella ínfima minoría del concilio fue capaz de provocar el doloroso cisma protagonizado por monseñor Marcel Lefebvre. En este sentido, el Sínodo de la Familia deja una honda y preocupante huella de división en la Iglesia.

Con esta perspectiva, el apoyo al papa sigue radicado en el Pueblo de Dios, encontrando su mayor oposición en la jerarquía de la Iglesia, en sentido directamente proporcional al poder: a mayor poder, mayor oposición.

El papa tiene por delante un gran desafío: fortalecer la comunión eclesial. Para ello tendrá que ejercer su autoridad con medidas drásticas como la anunciada por el propio cardenal norteamericano Raymond Leo Burke, de ser rebajarlo jerárquicamente, por realizar la más torpe y desafiante oposición al papa en el Sínodo de la Familia.

Entretanto, el recambio del episcopado, así como una acuciosa nominación de futuros cardenales son determinantes a la hora de fortalecer la comunión en la Iglesia y de conseguir un aggionamento efectivo, según el espíritu del concilio.

 

Marco A. Velásquez Uribe

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