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LA VIGENCIA DE MONS. ANGELELLI

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Si algo no pudieron lograr los asesinos de Mons. Angelelli fue borrarlo del mapa. Hoy está presente en muchos lugares donde en vida no llegó. Hay calles, rutas, escuelas, comedores escolares, guarderías, barrios, villas que enarbolan su nombre con orgullo. El mayor fracaso militar fue la resurrección del obispo asesinado.

Cuando lo destinaron como obispo de La Rioja en agosto de 1968 pensaron lo mismo. Creían que se sacaban de Córdoba un estorbo que resultaba molesto al catolicismo tradicionalista de la ciudad de las campanas. El obispo, que primero fue asesor de la juventud obrera católica y luego encarnó un estilo episcopal de cercanía con los pobres, vio potenciada su actuación en aquella provincia empobrecida por la escandalosa hegemonía del poder feudal que concentraba tierras, poder y privilegios.

Esos fueron los sectores que plantaron la semilla de su asesinato. Y la hicieron crecer con la difamación y las mentiras, que se expandió en el diario El Sol, con escribas a los que todavía no les llegó la mano de la justicia.

No fueron los únicos. Los dueños de los latifundios de La Costa y del oeste riojano hicieron su parte atacando las iniciativas de organización cooperativa que impulsaba el Movimiento Rural Diocesano.

Fueron las cooperativas de Campanas, de producción y comercialización de la nuez, en el oeste, cerca de Chilecito.

La Comisión de Productores “Severo Chumbita”, de Aimogasta, que pretendía proteger los precios de la aceituna contra los zánganos intermediarios que menospreciaban su trabajo.

Y el proyecto más importante, la CODETRAL – Cooperativa de Trabajadores Amingueños Limitada - que quería la tierra para los peones y pequeños productores de Aminga y Anillaco, propugnando la expropiación del abandonado latifundio de Azzalini, el más rico en agua que garantizaba la producción suficiente de la vid como para salir de la esclavitud a la que estaba sometida la población de la zona.

No fue casual la agresión más violenta sufrida por el obispo Angelelli, con improperios y pedradas, en las fiestas patronales de Anillaco el 13 de junio de 1973, en pleno gobierno democrático. Los terratenientes siempre trascienden los sistemas de gobierno. Soportan o compran las democracias y se sienten más cómodos en las dictaduras.

Fue también un 13 de junio de 1976, cuando Anillaco fue declarada “capital de la Fe” por los “cruzados” que gestionaron el desfile militar encabezado por el coronel Osvaldo Pérez Battaglia, principal responsable de la represión en La Rioja que se fue impune a la tumba. El obispo diocesano alcanzó a impedir la celebración de la misa, en la digna reivindicación de su misión que pretendía ser usurpada por los militares. Pero el capellán Pelanda López bendijo el desfile.

Cuestionar la propiedad de la tierra en pocas manos fue el gran delito del obispo condenado a muerte por la mezquina ambición de los poderosos. No lo hacía desde ninguna ideología ajena a su fe y sus convicciones, que emanaban del Evangelio de Jesucristo y de la doctrina social de la Iglesia asumida en serio. No a media agua y para quedar bien con los pobres.

“Si, tengo miedo – le confesó a sus padres en junio de 1976 cuando los visitó en Córdoba – pero no puedo esconder el Mensaje debajo de la cama”. Si ese mensaje hubiese quedado reducido a palabras, seguramente que molestaría a pocos. Y podía ser fácilmente acallado con prebendas. Lo peligroso fue que se transformó en acción, especialmente a partir de 1971.

Su misa radial fue prohibida, algunos de sus sacerdotes detenidos. Y Angelelli pasó a ser “satanelli”, “tercermundista”, “marxista” para los planfletarios a sueldo. Fue cuando el obispo se extendió a lo largo y a lo ancho de la provincia, y se multiplicó en miles de riojanos que asumieron su protagonismo en las cooperativas. Y en los barrios se organizaron los centros vecinales. También en FATRE, el sindicato de los peones rurales en La Costa; o en AOMA, cuando los mineros se juntaron en la parroquia de Olta para defender su sindicalización y sus derechos, sumándose a la CGT de los Argentinos, que a nivel nacional lideraba Raimundo Ongaro y en La Rioja encabezaba Plutarco Schaler, del diario El Independiente con el asesoramiento del Dr. Ricardo Mercado Luna. La palabra se transformó en acción. Y la acción en organización colectiva.

No era el obispo en soledad, predicando en el desierto. Era el contagioso y entusiasmante testimonio que se agigantaba en el crecimiento de la conciencia liberadora de los pobres. Los riojanos escarbaban en su propia historia las antiguas luchas montoneras de Facundo, Felipe Varela y el Chacho Peñaloza. Y allí encontraban su raíz para fortalecerse en la organización y el reclamo.

Ese Angelelli multiplicado en miles de voces y brazos construyendo su propio destino era más peligroso que la violencia de las armas con que los poderosos acostumbraron a reprimir y acallar los reclamos de los desposeídos. Ese era el Obispo que necesitaban eliminar. Su crimen fue construido durante los años de su episcopado riojano, y encontró la mano ejecutora al instaurarse el terrorismo de estado.

Pero no se asesina un obispo todos los días en un país que confiesa su catolicismo, hasta en su ley fundamental. Fue posible porque las cúpulas eclesiásticas abandonaron a su hermano de báculo y de mitra; y se lo entregaron en bandeja a los asesinos, que de esa forma purificaban con sangre la “civilización occidental y cristiana”.

Fue el discurso del 25 de mayo de 1976 del vicecomodoro Fernando Luis Estrella, condenado a prisión perpetua por el crimen del obispo Angelelli: “Debemos adherirnos al occidentalismo cristiano… pero siempre que ese occidentalismo cristiano sea verdaderamente cristiano como Cristo quiere el mundo, y no como el hombre zorro disfrazado de oveja quiere que sea Cristo.” Con este subrayado se publicó al día siguiente.

El modo de defender esos valores lo predicó el Nuncio Apostólico en Tucumán: “En ciertas situaciones la autodefensa exige tomar determinadas actitudes, y en este caso, habrá de respetarse el derecho hasta donde se puede.” (27-6-76). El crimen estaba autorizado. Y Pío Laghi no envió a Roma la carta de Mons. Angelelli del 5 de julio donde le decía que había sido “nuevamente amenazado”. La misma que encontró ahora el Papa Francisco aportándola a la causa judicial.

¿Para qué sirve esta evocación? ¿Cuál es su vigencia? Las secuelas del neoliberalismo todavía exigen compromiso capaz de acompañar la marcha de los despojados, aunque los obstáculos sean poderosos. La memoria de Angelelli nos interpela recordándonos que los derechos no se obtienen por dádivas, sino por organización y lucha de los olvidados en las orillas de las ciudades o en las tierras donde viven amenazados por el arrebato.

Esta memoria del obispo, pastor de tierra adentro, nos desafía a todos a “poner el oído en el pueblo”; e interpela a los que enarbolando un catolicismo ritualista, olvidan las exigencias simples y profundas del Evangelio predicado por Aquel que terminó crucificado, pero resucitó para contagiar la “vida y vida en abundancia.” (Juan 10,10).

 

Luis Miguel Baronetto

Córdoba, 30 de julio de 2014

Director de la Revista Tiempo Latinoamericano.

Autor de “Vida y Martiriode Mons. Angelelli”

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