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Libro de la biblia

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DESDE EL DOLOR

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Me siguen despertando los aviones cisternas incesantes en su ir y venir hacia la Serra de Tramuntana. No me atrevo a preguntar a ninguno de mis sobrinos bomberos si el viento de esta noche no habrá hecho estragos en su camino hacia el Galatzó, esa montaña sagrada para todos los mallorquines que hoy contempla, también encendida, el dolor ante tantas hectáreas quemadas, de ese espacio lleno de vida antes.

Cuántos años tenían las encinas, los olivos, los pinos. Con cuanto mimo ha estado cobijando especies únicas, amparándolas ante la destrucción de la inmobiliaria hotelera y turística que desde hace años asola las costas de Andratx, y de casi toda la costa.

Ese espacio natural verde, se mantenía intacto, casi inasequible como una fortaleza inquebrantable para la defensa de la vida, de lo bello, de los susurros más sutiles de la vida en cientos de especies que solo el silencio acompañaba.

De repente, sin ninguna culpa, sin saber por qué, un fuego destructor ha acabado con todo esa vida. Una vez más la mano humana arrasa la Vida que la Madre Tierra parió de sus entrañas, con tanta generosidad, con tanta entrega.

Hoy cuesta seguir la vida, disfrutar de un baño vacacional en la playa de Portals Vells viendo todo verde, escuchar el canto incesante de las chicharras como si nada hubiera cambiado, como si no estuviera de luto la vida, y yo con ella.

Pero no acaba ahí el dolor. Ayer fue el funeral de las víctimas del accidente ferroviario de Santiago, y más dolor, más vidas cortadas repentinamente. Cada una en su afán: una boda, las vacaciones, los negocios, celebrar las fiestas..., nadie esperaba un fin, nadie lo había programado. Tampoco Dios tenía esos planes. Dios nunca planea la muerte: solo planea la vida.

¡Por favor, que nadie diga " Dios lo ha querido"!

Dios nunca quiere el dolor, ni siquiera el dolor que han de llevar en conciencia el maquinista del tren o el hombre que quemó los rastrojos de Andratx ocasionando el incendio.

Los dos son un reflejo perfecto de lo mísera de nuestra condición humana, de que nunca podemos responder de las consecuencias del mal que desencadenamos. Es tan inmenso el mal que no podemos con él. Nuestra ignorancia, o nuestra irresponsabilidad o nuestros despistes nos transcienden: no soy yo y lo que me da la gana; somos comunidad de seres vivientes, nos herimos y destruimos entre nosotros y afectamos directamente a la vida que nos rodea. También cuando construimos vida y acrecentamos la vida en dimensiones incalculables porque somos un tejido de vida y nuestros hilos se entrelazan; todo está conectado y nada queda suelto, NADA.

También me llenan de dolor las últimas palabras del Papa con respecto a la mujer: todo está dicho. La Iglesia ya se ha definido... Seguir el catecismo...También sus palabras tienen una trascendencia incalculable.

Yo no puedo participar de la alegría que desborda en tantos las declaraciones y acciones de Francisco. Sí, hay gestos que todos deseábamos y que marcan diferencias, y yo los veo. Pero las cosas no cambian en la medida de lo esperado. La Iglesia sigue sin ser la casa de Jesús.

A mí como mujer no me basta todo lo que ya ha dicho y hecho la Iglesia como institución con respecto a la mujer, ni tampoco con lo que hace respecto a los homosexuales, por poner solo dos ejemplos de falta de equidad. Ante Dios todas y todos somos exactamente iguales, acogidos, amados, perdonados, con las mismas obligaciones y oportunidades. Con los mismos privilegios y las mismas exenciones. Nadie es mayor que el otro; todos somos uno en el Uno. No basta con no condenar a la diferencia, hay que amarla para ser seguidor de Jesús, para ser humano del todo.

En el seno de la Iglesia no podemos todas ser como todos, hacer las mismas tareas, tener las mismas funciones. Mientras la sociedad avanza y otorga el merecido derecho pisoteado históricamente a las mujeres, la Iglesia sigue buscando "un papel" para la mujer. No se trata del "papel de la mujer" en la Iglesia, se trata de la dignidad e igualdad de la mujer con respecto del hombre: las mismas posibilidades. Es una cuestión de justicia, de derechos humanos que aún la jerarquía no llega a entender.

Hasta que no haya justicia no habrá igualdad, y no habrá igualdad hasta que haya justicia y entonces ahí estará Dios, porque Dios habita la igualdad y la justicia más allá de nuestras miserias y culpas.

 

Matilde Gastalver

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