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Libro de la biblia

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-

CUANDO PREDOMINA LA CULTURA DE LA MUERTE

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Con el inicio del mes de noviembre, llegan juntas dos festividades. Aparecen de manera tan estrecha que podríamos decir que da la impresión como si lo hicieran cogidas de la mano. La fiesta de Todos los Santos, el día 1,  y la de los Fieles Difuntos, el día 2. Curiosamente, el pistoletazo de salida, y con tintes de ser la que debiera marcar el rumbo y dar la razón de ser, lo da la primera. Sin embargo, ha sido la segunda la que, con el paso de los años y, desde hace un tiempo a hoy, de manera vertiginosa, ha acabado imponiéndose de tal manera que la de Todos los Santos ha quedado convertida, pura y simplemente, en la puerta obligatoria para pasar a la de Todos los Difuntos.

Aunque, si nos atenemos a la realidad, mal que nos pese, el 1 de noviembre ha quedado convertido en el día en que se va a visitar los cementerios, mientras la noche del 31 al 1, pero con referencias al 2, la gente aprovecha para salir a la calle, utilizando la muerte, desde todo lo que la imaginación es capaz de montar en torno a ella, en su visión de miedo y de terror, sobre todo, para divertirse. Incluso en los países con nula o escasa tradición, Halloween aparece, en la actualidad, en los calendarios como fecha señalada, por lo que a las celebraciones populares se refiere.

Es más, para las generaciones más jóvenes, ya no es lo que se debiera celebrar el 1 de noviembre lo que hay que tener en cuenta, sino lo del día 2. Claro que, por cuestiones civiles, aunque por motivos religiosos y de calendario, el que el día 1 sea festivo, viene como anillo al dedo para que la celebración de Halloween tenga lugar aquella madrugada; convirtiéndose en el momento central. No pretendo, a través de estas líneas, añorar tiempos pasados, porque considero que no se supo llenarlos del verdadero sentido, ni mucho menos, ni, tampoco, criticar los presentes. No es, en absoluto, mi intención.

Quiero aprovechar, eso sí, para hablar y poner de manifiesto una sensación que me invade, ojalá no sea verdad, y que no es otra que constatar cómo el hecho de la cultura de la muerte, representada en lo que se celebra el día 2 de noviembre, ha acabado por imponerse a la cultura de la vida, representada o,  al menos, considero que debiera estarlo, en el día 1. Resulta muy difícil, imposible diría yo, encender hoy la pantalla de la televisión y no ver a través de ella, en un momento u otro, escenas de violencia y de muerte. Amén del celuloide, que también en esto se prodiga, la realidad se supera y con creces.

Violencia de cerca, en el portal de al lado, por ejemplo, o en la calle de más allá. Si grave es esto, lo es mucho más el hecho que, con la excusa o la obligación de la información, aunque, a veces no lo tengo claro, la violencia y la muerte, por guerras o salvajadas de índole parecida, entran sin el más mínimo pudor en nuestras casas. Y no, precisamente, en cualquier momento, sino cuando la familia suele estar reunida, al menos en otros tiempos lo estaba, alrededor de la mesa, momento este privilegiado, donde los haya, que mejor resume o, al menos debiera hacerlo, la paz y concordia familiares.

Nuestros niños y la mayoría de los jóvenes ya han nacido viendo semejante escaparate como algo lógico y natural. Vamos, tanto, que, en muchos casos, ver lo contrario, es decir, escenas de amor y de vida, significa excepción y algo producido por personas "inadaptadas al sistema" y, por lo mismo, bastante raras.

Pero es que, si nos atenemos a lo que se celebra en la fiesta del día 1, Todos los Santos, el mensaje sobre estas personas que ha ofrecido y sigue ofreciendo la Iglesia no es ni ha sido, hasta el momento, nada atractivo, que digamos. Vaya, más bien lo contrario muchas veces. Santos y santas, los anteriores, que ya se encuentran en el cielo; otra que tal, si tenemos en cuenta cómo ha venido describiendo, hasta ahora, la Iglesia este "lugar".

Algo concebido como premio o consuelo, depende, después de haber pasado por la tierra, presentada por la religión como valle de lágrimas. Otro gallo cantaría, quiero pensar, si se hubiera insistido en trabajar y comprometerse, durante la vida, por el amor y la felicidad propia, compartiéndola, a su vez, con los demás; especialmente con las personas más desfavorecidas.

Amor y felicidad, eso sí, en plenitud a partir de la muerte, una vez rotas las limitaciones que lo impiden a nivel terrenal. A veces pienso que, después de siglos y siglos insistiendo en el infierno, en el purgatorio y en el limbo, y de qué manera, por parte de la religión, han saltado por los aires los efectos de tal insistencia en la gente, como si de un muelle se tratara, con una fuerza proporcionalmente superior a aquella con la que se había reprimido.

Ante semejante escenario, el pueblo, el vulgo o la gente, en general, ha decido hacer suyo y revivir las sentencias que, otrora, propusiera Juan del Encina "Comamos y bebamos, que mañana moriremos". Así la situación, solo se me ocurre decir, con tristeza, una cosa: "De aquellos polvos, estos lodos". Y, como dice un amigo mío, que de estas cosas no entiende ni tampoco le preocupan, "Allá ellos".

 

Juan Zapatero Ballesteros

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