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¿POR QUÉ NOS HACEMOS LOS SORDOS? ¿POR QUÉ NO HABLAMOS CON MÁS CLARIDAD Y CARIDAD?

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Marcos 7, 31-37

Sugiero que leamos este evangelio desde tres perspectivas:

Primera: nos acercamos al contexto histórico. Un hombre sordo no podía escuchar la Torá y se perdía buena parte del alimento espiritual del pueblo. No había medios para paliar la sordera. Era una persona marginada y, sin duda, escucharía muchas veces la pregunta: ¿Por qué estás sordo? ¿Pecaste tú o pecaron tus padres?

Además, este hombre apenas podía hablar. Sabemos que la gente de Judea se burlaba de los hombres y mujeres de Galilea por su hablar gangoso. El hecho de no hablar bien era motivo de marginación y de sospecha. En resumen, el evangelio nos presenta a un pobre hombre, con motivos suficientes para sufrir cada día.

Segunda: ¿Qué nos quiere decir Marcos con esta curación? ¿Qué paso podemos dar, de la historia a la teología? Que el mundo pagano estaba (¡y está!) invitado a la salvación. El evangelista dice que es hora de romper los esquemas mentales: a la Decápolis llega la Buena Noticia y la gente pagana, sorda o semi muda, puede oír la Palabra y responder con toda claridad.

En el principio de los tiempos “Vio Dios que todo era bueno”. Con la llegada de Jesús, el tiempo comienza de nuevo, porque: “Todo lo hace bien”. Hizo posible lo que era imposible en su tiempo: que los sordos oyeran y que la lengua trabada se soltara. Marcos nos presenta un gesto profético que anuncia la llegada de un tiempo nuevo.

Tercera: ¿A qué nos invita este texto del evangelio, hoy? ¿Cuál puede ser la perspectiva pastoral? Que nos identifiquemos con este buen hombre y tomemos conciencia de:

· Nuestra sordera afectiva, emocional, laboral, política, económica, ecológica… Es decir, sordera y cerrazón ante mensajes claros que proceden del Evangelio, de la Declaración de los Derechos Humanos, de documentos papales, etc., y que no nos llegan a las entrañas, porque hemos taponado los oídos. O solo nos llegan algunas frases inocuas, que nuestro tímpano filtra con esmero, para que no se nos altere la zona de confort en la que vivimos.

Y sería bueno que este evangelio nos ayude a tomar conciencia de la claridad con la que oímos, escuchamos y nos deleitamos en las críticas, cotilleos, suposiciones y juicios que llegan a nuestros oídos. Nos deleitamos, como si tuviéramos “oídos gourmet”, que saborean lo que se les ofrece. Lo que entra de este modo por el oído va formando una trama que se transforma en esclerocardia, y nos enferma con un corazón endurecido y una conciencia de piedra.

· Lamentablemente, nadie tocará nuestra lengua con su saliva, para que recobremos la libertad y la parresía al hablar. Pero, al recibir la Eucaristía, podemos tomar conciencia de que es necesario que hablemos, más alto y más claro, en los lugares apropiados. Que hablemos con caridad y con claridad, en una sana proporción. Que hablemos con la fuerza de nuestra expresión corporal, sin gestos de amenaza, para que en nuestro rostro se descubra que nos habita una Buena Noticia.

“Se le abrieron los oídos y hablaba sin dificultad…” Pidamos al buen Dios que estas palabras se conviertan en una experiencia personal y comunitaria, por obra del Espíritu Santo.

 

Marifé Ramos

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