¿SÍNODO O EVANGELIO?
Gonzalo HayaEl mundo occidental se está descristianizando. El Papa Francisco está haciendo un gran esfuerzo por transformar la Iglesia mediante el Sínodo de la sinodalidad; es decir, escuchando a todos los cristianos, que deben expresar su percepción de la acción del Espíritu en ellos; pero el Espíritu ha hablado más frecuentemente por medio de los profetas, que han arriesgado sus vidas al proponer reformas radicales contrarias al sentir popular.
La lectura de un resumen del Instrumentum laboris (el programa a seguir en la primera reunión sinodal global) me ha causado una desilusión. Supone ciertamente un avance al tratar temas anteriormente intocables, pero no creo que sean las reformas de fondo que necesita la Iglesia, ni que haya recogido las verdaderas inquietudes de muchas comunidades eclesiales.
Flexibiliza la práctica pastoral, pero no se atreve a plantearse la doctrina tradicional. Más bien parece una selección de algunas reformas necesarias que levantan menos ampollas.
Que en el siglo XXI el Sínodo se dedique a discutir el diaconado femenino resulta tan ridículo como “el parto de los montes”. No sé si los Padres y Madres sinodales rechazarán este primer esquema, como hicieron con el esquema inicial sobre la Iglesia en el Vaticano II.
En realidad no me preocupa tanto la vuelta al cristianismo como la vuelta al Evangelio, la vuelta al mensaje de Jesús; porque el cristianismo es una organización humana para para socializar, el mensaje de Jesús. Y esta organización ya no es levadura ni sal de este mundo; es masa que se conserva gracias a la sal que ha retenido, pero no es sal de este mundo.
¿Qué evangelio?
Algunos me dirán ¿Qué mensaje? ¿Qué evangelio? Hay cuatro evangelios aceptados por las primeras comunidades cristianas, además de otros, incluso de mayor antigüedad, no admitidos por todos. Más aún, en los cuatro evangelios canónicos se recogen diversas tradiciones orales y escritas que difícilmente pueden integrarse en una doctrina coherente.
El mensaje del Evangelio no es un código civil o penal que necesite una interpretación clara para ser exigido; eso era el fariseísmo que Jesús superó (y al que nosotros hemos vuelto). El mensaje de Jesús es una exhortación, un impulso, a practicar un amor gratuito e incondicional como hijos del mismo Padre.
Nadie logra vivir este mensaje al 100/100, aunque todos (cristianos o no cristianos) procuramos vivirlo en mayor o menor proporción; porque este no es un mensaje exclusivo de Jesús, es el mensaje del Espíritu inscrito en la conciencia de Jesús y de todo ser humano. Como aquel maestro de la Ley, los que intentamos practicarlo “no estamos lejos del Reino” (Mc 12,34)
Volver al Evangelio
Los dos grandes obstáculos para vivir el mensaje del Evangelio son el poder y el dinero, y de este veneno estamos todos más o menos contagiados en el mundo occidental; que se ha desarrollado explotando otras regiones menos desarrolladas industrialmente. De esto podría tratar el Sínodo.
Aunque no sea por seguir el mensaje de Jesús, o del Espíritu, la supervivencia del planeta tierra nos está exigiendo un decrecimiento de nuestro nivel de vida, que no acabamos de aceptar.
Aceptar el decrecimiento individualmente es un sacrificio ejemplar pero prácticamente inútil; es necesario aceptar el decrecimiento colectivamente practicando una “austeridad compartida” con nuestros hermanos que sufren la escasez. Y aquí veo yo la importancia del cristianismo y de otras religiones, la de facilitar una decisión muy costosa individual y familiarmente, pero que se compensaría al vivirla socialmente en comunidad. Esta “austeridad compartida” sería la verdadera renovación cristiana comenzando por el Vaticano y continuando por las Iglesias y comunidades locales,
El Evangelio de Jesús es una buena Noticia para los pobres, para los que no están condicionados por el poder y el dinero. El cristianismo crecerá allí donde dé ejemplo y socialice esta actitud, y se irá extinguiendo en la medida en que acepte la ambición de poder y riqueza a costa de los menos desarrollados. Toda su organización será inútil o contraproducente en la medida en que justifique o contemporice con esta injusta falta de fraternidad.
Gonzalo Haya
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