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EL PROYECTO DE JESÚS

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Domingo XI del Tiempo Ordinario

18 de junio

Mt 9,36-10,8

La creencia ortodoxa cristiana afirmó durante siglos que “el cristianismo es la única religión verdadera” o que “fuera de la iglesia no hay salvación”, sobre la base de que el uno y la otra habían nacido directamente de Jesús, materializando con ello la “voluntad salvífica” de Dios.

Fue particularmente en el siglo XX cuando, en el campo teológico, se puso sobre la mesa esa cuestión: ¿Realmente Jesús fundó la iglesia? ¿O no fue, más bien -como afirmara en 1902 Alfred Loisy-, que “Jesús predicó el Reino y lo que vino fue la iglesia?”.

El texto del evangelio de Mateo que se lee este domingo no deja lugar a dudas, al afirmar enfáticamente que no vayan a “tierra de gentiles”, sino solo a las “ovejas descarriadas de Israel”.

Esas palabras, como el hecho simbólico de la elección de los Doce -alusión clara a las doce tribus que conformaban el pueblo judío-, parecen mostrar claramente que el proyecto de Jesús se concentraba en lo que podría denominarse la “reconstrucción” de Israel.

Su propuesta parece reflejar su anhelo de reconstruir de nuevo el pueblo, sobre una doble base que quiere ir hasta la raíz misma de la fe bíblica, en consonancia con la mejor tradición profética: la entrega radical a Dios (“Abba”) y el amor servicial a los hermanos. Así se explica que, tanto en su propia existencia cotidiana como en su mensaje, Jesús enfatizara una confianza absoluta y un amor compasivo e incondicional “hasta el extremo”.

Jesús no fundó la iglesia ni quiso iniciar ninguna religión nueva -en cuyo nacimiento tuvo mucho que ver el “genio” religioso de Saulo de Tarso-, sino renovar a su propio pueblo, sobre los fundamentos de la filiación divina y la fraternidad que habría de derivarse de la misma.

Esto no significa, sin embargo, que el mensaje y la misma práctica de Jesús queden encerrados en los límites del judaísmo. Su mensaje -piénsese en las parábolas, el sermón de la montaña y tantos otros dichos- contiene y expresa una sabiduría atemporal, en línea con las más nobles tradiciones sapienciales o espirituales. Y su vida entera es una manifestación nítida de coherencia y autenticidad hasta el final. Todo esto es lo que me hace ver a Jesús como un hombre excepcionalmente sabio, en el sentido más hondo del término: por lo que dice, por lo que vive y porque no hay distancia en él entre lo uno y lo otro.

 

Enrique Martínez Lozano

(Boletín semanal)

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