MI HERMANO SE ORDENÓ SACERDOTE
Mónica Isabel QuinteroEscuchando la inquietud de algunos y la mía propia de lo extraño que será llamar a nuestro hermano, que se ordenó sacerdote, padre, me puse a investigar y a reflexionar. Encontré lo siguiente: "Se hace referencia a los sacerdotes como padre por múltiples razones: como muestra de respeto y porque actúan como líderes espirituales en nuestras vidas. El sacerdote se asegura de que cada miembro de su congregación pueda confiar en él para recibir instrucción, perdón, un oído atento y alimento espiritual – al igual que otras figuras paternas en nuestras vidas" (Católico.net).
Tomando está definición, profundicemos un poco:
Respeto. Sí, mucho respeto pero, ¿acaso no todos merecemos el mismo respeto?, ¿no somos todos servidores y líderes? ¿Tengo entonces que llamar a mis hermanos diáconos, diácono? ¿Y así a cualquier servidor? ¿Es alguno más que otro? Es posible que caigamos en el clericalismo, algo que, como nos dice el papa Francisco, le está haciendo mucho daño a la iglesia.
Por otro lado, el Señor nos llama a renovar la iglesia y a vivirla como una familia. Los títulos rompen la familiaridad y la fraternidad. Somos hermanos de Jesús, hijos todos del padre celestial.
Figura paterna. ¿En verdad se da paternidad espiritual? "Cuando recibes instrucciones y alimento espiritual" ¿Qué significa? ¿Es eso paternidad o se trata de un ministerio, don y servicio más dentro de la iglesia?
Por otro lado, estamos en una relación de adultos, de misioneros todos (hablando de los que caminamos juntos en corresponsabilidad). Si estamos en el papel de hijos, es una imagen psicológicamente determinante en la relación puesto que implica que él (padre), es el que sabe, el que decide y lleva las pautas, el adulto. En una iglesia-familia, donde tú y yo asumimos las responsabilidades, quedarnos cómo hijos no nos deja avanzar.
Quizás sea una costumbre difícil de modificar pero es el llamado, si quieres mantenerla, es decisión de cada quien, pero tomemos conciencia (más aun los que queremos una renovación en la iglesia) de lo que significan o del poder de las palabras.
Esto supone una conversión de fondo, un reconocimiento de la manera en la que se organizó la Iglesia a lo largo de los siglos y cómo se fue alejando de la igualdad fundamental que comparten todos los hijos e hijas de Dios hasta generarse dos clases de miembros desiguales y la mayoría sin protagonismo: clérigos y laicado, donde las mujeres han tenido la peor parte. Quizás ha llegado el momento de “dar un giro” -conversión- para recuperar la novedad de los orígenes donde ya no hay “ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón y mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Demos el giro. Sé que tenemos una larga y pesada historia sobre todos nosotros pero demos pasos en la renovación de la iglesia. Hermanos somos, familia, todos hermanos.
En esta familia, quizás para algunos, hermano sacerdote (y en ti todos los que ejercen ese ministerio sacerdotal) serás hijo, para otros compadre, amigo o simplemente hermano. Simplemente llamarte por tu nombre. El señor llama a cada uno por su nombre (Sal. 147,4)
Hermano es la palabra que te ofrece mi mayor respeto, la que mejor representa lo que eres, con la que caminamos juntos en corresponsabilidad en una iglesia-familia, pueblo de Dios.
Solo sueño con una iglesia verdaderamente fraterna y de hermanos dónde caminamos juntos acompañándonos mutuamente respetando cada uno su ministerio. Sin reglas injustas y todos incluidos en la diversidad de dones.
Mónica Isabel Quintero, CMMEM
ECLESALIA