ORTODOXIA VERSUS PERSONAS
Juan ZapateroPor lo que veo ya podemos quedarnos tranquilos. No se podrá administrar ningún tipo de bendición a ninguna pareja homosexual que, movida por su sentido de fe y/o con deseos de vivir su amor sintiéndose Iglesia, lo soliciten; incluso lo imploren, diría yo. La ortodoxia ha quedado salvada; o, quizás para ser más exactos, habría que decir que ha vencido la ortodoxia, a pesar de que haya sido a costa de pagar el precio tan elevado de dejar al margen a las personas.
No soy teólogo y, por ello, no pretendo hacer teología; pero es que, aunque lo fuera, tampoco me siento con fuerzas para hacerla en estos momentos. Quiero dejar claro, si se me permite, que siento necesidad de expresar unos sentimientos que me pesan demasiado; por tanto, quiero que salga de dentro de mí algo que últimamente me ha hecho mucho daño y que, por ello, necesito sacarlo fuera para sentirme un poco mejor. Es posible que mi problema radique en el hecho de que pueda encontrarme en estos momentos bajo de defensas “religiosas”, que me provocan una debilidad “fiduciaria” profunda. Es posible. Pero, sea como fuere, necesito con urgencia “vomitar” esta ponzoña que me oprime tan fuerte que casi no me deja respirar el aire de la fe y, menos aún, la frescura “fragancial” del Evangelio.
Me gustaría, sin embargo, que los teólogos continuasen haciendo teología sobre este y otros temas y cuestiones, pero sin que ello fuera óbice y obstáculo para dar respuesta existencial a problemas de personas que no entienden de especulaciones, con todos los respetos por supuesto, porque en ello va el sentido de su vida y también, aunque para algunas personas eso sea lo realmente más importante, es el sentido de la fe.
Como se puede entrever de lo escrito hasta ahora, me estoy refiriendo a la negativa por parte del Vaticano a bendecir las uniones homosexuales. La Congregación para la Doctrina de la Fe dice que no son “licitas”, puesto que “Dios no puede bendecir el pecado”. El documento, compuesto por un texto de dos páginas, ha visto la luz con la aprobación del Papa Francisco.
Sobre esto se ha escrito, se ha dicho y se ha publicado casi de todo durante estos últimos días; incluso podríamos decir que casi desde el primer instante de su publicación. El Documento lo han utilizado también unos y otros para argumentar sus posturas respecto a la figura de Francisco. “Por fin, de vuelta al redil”, según los unos. Otros, en cambio, han utilizado la firma del pontífice a dicho documento para confirmar la sospecha que venían manteniendo respecto a él desde hace tiempo, a lo mejor casi desde el primer momento en que fue elegido, confirmando que lo que ha hecho hasta el momento no ha sido otra cosa “Sino pequeños retoques de barniz, pero sin tocar para nada lo que la propia Iglesia considera incuestionable”.
Me es igual, no me inquietan los unos ni los otros en este momento, porque pienso que, con lo uno y con lo otro y a pesar precisamente de lo uno y de lo otro, el verdadero problema continúa pendiente; un problema que no es una especulación dogmática que podría continuar esperando por los siglos, sino un verdadero grito existencial de personas, no sé cuántas, porque creo que el número en este caso no es lo que importa, que llevan lanzando al cielo desde hace ya mucho tiempo con todo desgarro para que los representantes de este en la tierra les den una respuesta paterno-maternal. Sí, lo que reclaman es el abrazo del padre-madre de familia que acoge a todos las hijas e hijos por igual, sin mirar distinciones de vete tú a saber qué y, por lo mismo, tampoco que tengan que ver con el sexo a la hora de vivir su amor.
Al escribir estas líneas estoy pensando en aquellas personas, concretamente parejas homosexuales, para las cuales la bendición por parte de la Iglesia respecto al amor que se profesan les supone la alegría de saber que ese es un signo de que Dios, precisamente en el que creen y que llena de sentido sus vidas, no se avergüenza de su amor ni de la manera de vivirlo; al contrario, que les sonríe y, por ello, van a poder contar con él para seguir caminando con esperanza hacia la “Utopía final”.
Me he referido a estas parejas en concreto, porque todas y todos sabemos que existen otras muchas que no pedirán jamás ningún tipo de bendición ni nada que se lo parezca a ninguna iglesia ni tampoco a ninguna religión, precisamente porque, según ellos, no la necesitan para vivir su amor de la manera que deseen o sencillamente como les dicte su conciencia. Totalmente legítimo, solo faltaba.
Hay una cosa que me deja muy perplejo; me refiero a afirmar, a mi parecer de manera taxativa, que el amor que comparten las parejas homosexuales es pecado. Me pregunto, ¿puede existir un amor que sea pecado? ¿No dice precisamente san Juan “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor?” (1Ju 4,7-8). De verdad, no lo entiendo. A lo mejor me falta fe o, para ser más exactos, me falta una fe que sea sumisa y obediente.
Quiero llegar aún más lejos; supongamos que incluso es pecado, “objetivo” según el Documento, pues no en vano afirma que es tal, ese amor que se profesan es a todas luces pecado. ¿Se les va a seguir negando la bendición, cuando seguramente en su conciencia no existe tal pecado; lo que se pudiera llamar pecado “subjetivo”? Me imagino cuál es la respuesta: evitar el “escándalo”.
Aún más; si del corazón, según el propio Jesús, sale lo bueno y lo malo (Mt 15, 18-19), ¿cómo es posible que de un corazón que ama puede salir pecado? ¿O, acaso, es pecado cuando quienes comparten ese amor son homosexuales y no lo es cuando son heterosexuales? Entonces, ya no dependería del corazón, sino del sexo y, por lo mismo, de una cuestión biológica. ¿Habrá que concluir, entonces, que es la Congregación para la Doctrina de la Fe la que está en la verdad y el Evangelio en el error? Ya lo veis, estoy hecho un mar de dudas.
A lo mejor, mi problema reside en que me he creído demasiado a Jesús, cuando me recuerda que “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”.
Juan Zapatero Ballesteros