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APRENDA A SALVARSE EN TREINTA SEGUNDOS

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Domingo 30. Ciclo A

¿Cuál es el mandamiento principal? Muchos católicos responderían: «Ir a misa el domingo». Los que piensan así probablemente no irán a misa este domingo. A los que piensen de otro modo y vayan, les gustará recordar lo que pensaba Jesús.

El problema de sus contemporáneos

En los domingos anteriores, diversos grupos religiosos se han ido enfrentando a Jesús, y no han salido bien parados. Los fariseos envían ahora a un especialista, un doctor de la Ley, que le plantea la pregunta sobre el mandamiento principal. Para comprenderla, debemos recordar que la antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos y 365 prohibiciones), que se dividían en fáciles y difíciles: fáciles, los que exigían poco esfuer­zo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero (como honrar padre y madre) o ponían en peligro la vida (la circuncisión). Generalmente se pensaba que los importantes eran los difíciles, y entre ellos estaban los relativos a la idolatría, la lascivia, el asesinato, la profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el estudio de la Torá.

¿Se puede reducir todo a uno?

Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico que surgiese el deseo de sintetizar, de saber qué era lo más importante. Este deseo se encuentra en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivie­ron pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay y le dijo: «Me haré prosélito con la condición de que me enseñes toda la Torá mien­tras aguanto a pata coja». Shammay, que era sastre, lo despidió amenazándolo con la vara de medir que tenía en la mano. El pagano acudió entonces a Hillel, que le dijo: «Lo que no te gusta, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley, lo demás es interpreta­ción" (Schabat 31a). También el Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) sintetizó toda la Ley en una sola frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo; este es un gran princi­pio general en la Torá». 

La novedad de Jesús

Mateo había puesto en boca de Jesús una síntesis parecida al final del Sermón del Monte: «Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). 

Pero en el evangelio de hoy Jesús responde con una cita expresa de la Escritura: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Deuteronomio 6,5). Son parte de las palabras que cualquier judío piadoso recita todos los días, al levantarse y al ponerse el sol. En este sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino que aduce lo que la fe está confesando continuamente.

La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han preguntado por el manda­miento principal, y añade un segundo, tan importante como el primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19,18). Una vez más, su respuesta entronca en la más auténtica tradición profética. Los profetas denunciaron continuamente el deseo del hombre de llegar a Dios por un camino individual e intimista, que olvida fácilmente al prójimo. Durante siglos, muchos israelitas, igual que muchos cristianos, pensaron que a Dios se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el templo, sacrificios costosos... Sin embargo, los profetas les enseñaban que, para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo, preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Tampoco se puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Ambos preceptos, en la mentalidad de los profetas y de Jesús, están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas» (v.40).

El prójimo son los más pobres (1ª lectura)

En esta misma línea, la primera lectura es muy significativa. Podían haber elegido el texto de Deuteronomio 6,4ss donde se dice lo mismo que Jesús al principio: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...» Sin embargo, han elegido un texto del Éxodo que subraya la preocupación por los inmigrantes, viudas y huérfanos, que son los grupos más débiles de la sociedad (la traducción que se usa en España dice los «forasteros», pero en realidad son los inmigrantes, los obligados a abandonar su patria en busca de la supervivencia, marroquíes, senegaleses, rumanos, etc.). Luego habla del préstamo, indicando dos normas: si se presta dinero, no se pueden cobrar intereses; si se pide el manto como garantía, hay que devolverlo antes de ponerse el sol, para que el pobre no pase frío.

Es una forma de acentuar lo que dice Jesús: sin amor al prójimo, sobre todo sin amor y preocupación por los más pobres, no se puede amar a Dios.

El ejemplo de unos cristianos pobres (2ª lectura)

La lectura de la primera carta a los Tesalonicenses, continuación del fragmento que leímos el domingo pasado, recuerda lo bien que acogieron «la Palabra, entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». La continuación de la carta aclara que «tanta lucha» se refiere a las persecuciones de los judíos. La comunidad, quizá la más pobre de las que fundó Pablo, supo unir dos realidades aparentemente irreconciliables: sufrir y vivir alegres, gracias al Espíritu Santo. De este modo se convirtieron en modelo para otros muchos cristianos de Macedonia y Grecia y nos recuerdan el ejemplo parecido de otras comunidades actuales.

El texto, aunque muy breve, contiene dos datos interesantes: 1) Resume la predicación de Pablo, al menos en sus primeros tiempos: el recurso para evitar el castigo futuro de Dios consiste en abandonar los ídolos, volverse al Dios verdadero y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús. 2) Hay comunidades cristianas no solo en Macedonia, sino también en Acaya y «en todas partes»; Acaya es la región situada al norte del Peloponeso, entre la región de Corintia y el mar Jónico. Esto demuestra que la predicación de Pablo y de los otros misioneros no se limitó a la ciudad de Corinto, sino que se extendió también hasta relativamente lejos.

 

José Luis Sicre

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