ESPIRITUALIDAD DEL DESCANSO
José ArregiNo nos faltan medios para el esparcimiento y la diversión, pero algo fundamental nos falla: vivimos cada vez más cansados. Y no es infrecuente que aquello mismo que nos podría descansar, como el deporte, lo convirtamos en competición agotadora, o que de unas soñadas vacaciones volvamos estresados. ¿Qué te pasa que estás tan cansada, pobre humanidad?
Pon atención en la vida y en las palabras. “Cansar” viene de la confluencia de dos verbos latinos: quassare (dar golpes, agitar) –de donde viene, por cierto, cascar: las palabras no engañan– y campsare (doblar, abatir). Golpeados, agitados, doblados, abatidos. Es imposible vivir cansados y sin saber descansar. Las neuronas se dañan, la salud se arruina, el aliento vital se sofoca y se extingue. ¿A dónde vas, especie humana que te llamaste Sapiens? ¿Dónde hallarás una unidad muy especial de cuidados intensivos para recuperar tu aliento?
Abramos los ojos, observémonos. Cuanto más nos cansamos, menos descansamos, más incapaces nos volvemos de aflojar la carrera, de seguir huyendo de nuestro propio centro y de la compasión con todas las criaturas. Y cuanto menos descansamos, más cansamos, más nos irritamos, menos toleramos. Mirad el hemiciclo del Congreso, templo de la crispación o de la hipocresía. Mirad por aquí esta campaña electoral, esas derechas cada vez más extremas que supuran mentira y agresión. Son vergüenza para la ciudadanía, y a la vergüenza nos arrastran. Están cansados, y nos cansan hasta el hastío y la extenuación. Y la Iglesia calla.
Miremos el mundo, su inquietante panorama. Esta civilización incivil, este ritmo asfixiante y loco, este sistema económico infame que nos hemos impuesto y nos impide encontrar un lugar de paz en la tierra común de los vivientes. Cuanto más avanza la humanidad y cuanto más poderosos nos hacemos, más tememos, más rivalizamos sin tregua. Cuanto más tenemos, más queremos. Cuanto más ganan unos pocos, más numerosos son los que padecen una mayor pobreza. Cuantas más máquinas fabricamos, más horas trabajamos, y cuanto más trabajamos, más necesidades inútiles nos creamos. Cuanto más poseemos, más competimos, en guerra todos contra todos y contra nosotros mismos. Y cuanto más general se vuelve la guerra, menos son los que ganan y más son los que pierden, hasta que todos lleguemos a perderlo todo. La codicia nos ha ganado.
La humanidad, nacida del Sol y de la Tierra, vive en el momento más crítico de su historia. Hermanos del aire y del agua, del laurel en flor y del zorzal que canta, nos hemos convertido en sus peores enemigos. Nos apoderamos del fruto del árbol del bien y del mal. Hemos olvidado que somos tierra humilde, humus, hermanos, humanos. Quisimos ser el “Dios” omnipotente que no existe sino en nuestra imaginación. Nos aferramos al ego que no somos. Y hasta aquí nos ha conducido nuestro error. Y el error se volverá catástrofe planetaria, si no corregimos este rumbo al abismo. Lo peor no ha quedado atrás: se presenta ante nosotros, y podrá hacerse realidad. Los desahuciados de sus casas, los exiliados de sus patrias por el hambre y la guerra, siempre unidas, los expulsados de todas las patrias por el egoísmo son el síntoma y el precio de la impiedad. En el grito de la Tierra y de los pobres suenan todas las alarmas.
Si queremos vivir, hemos de convertirnos, volver al hogar desertado. Descansar por fin, recobrar aliento. Reposar en la fuente de la vida, respirar en la calma de nuestro ser, uno con todo. Recuperar la armonía. Redescubrir la sabiduría y hacer del creciente conocimiento gnosis o génesis, nuevo nacimiento. He ahí la espiritualidad que nos apremia, con religión –una religión reinventada– o sin religión alguna, eso es lo de menos. Sabiduría de la vida, inteligencia espiritual, espiritualidad integral liberadora, conciencia ecofeminista profunda… Llámalo como quieras, pero es urgente. No te dañes más y cuídate, oh pequeño corazón agitado.
Volvamos. Tal vez todavía estemos a tiempo. Tal vez podamos aún hacer que amanezca el séptimo día de la creación, el sábado del descanso creador, del respiro de todas las criaturas. Recordemos: “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa”. Con nadie ni consigo compite y, libre su ego, en todo se encuentra y descansa.
José Arregi
(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 31 de marzo de 2019)