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LA VIUDA POBRE Y ELÍAS

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“Generosidad no es que me des aquello de lo que tengo más necesidad que tú, sino que me des aquello que tú necesitas más que yo” (Jalil Gibrán)

11 de noviembre. Domingo XXXII del TO

Mc 12, 38-44

Esta viuda pobre ha echado más que nadie

En 1 Re 17, 10-16. Se relatan los hechos de la viuda que preparó una pequeña torta y se la llevó a Elías. Le dio lo poco que tenía para ella y para su hijo: un puñado de harina en el jarro y un poco de aceite en la aceitera. Entonces ella hizo lo que le dijo Elías, y el Señor de Israel cumplió con su promesa: “comieron él, ella y su hijo durante mucho tiempo. El cántaro de harina no se vació, ni la aceitera se agotó, como lo había dicho el Señor por Elías”.

La viuda, como todos nosotros, como los pueblos y sus gentes, particularmente los políticos y los mandatarios de la Iglesia, tenemos necesidad de resetear el ordenador personal de nuestra conciencia para ponerlo al día en sus funciones.

Santiago, en su primera carta, nos recuerda estas obligaciones: “Suponed que un hermano o hermana andan medio desnudos, faltos del sustento cotidiano, y uno de vosotros le dice: Id en paz, calientes y saciados, pero no le da para las necesidades corporales, ¿de qué le sirve?”.

Las puertas de mi casa se cerraron avaras, y mis ojos egoístas se quedaron dentro contemplando el ombligo de mi mundo. Contra los cristales de mis también egoístas y avaras ventanas golpearon sus alas los pájaros hambrientos y desnudos. Había heridas sangrantes en sus alas, y sus miradas solicitaban compasión y lástima, mientras yo me forraba de vinos de Borgoña, y suculentos chuletones de Ávila. La naturaleza entera esperaba que mis ventanas se abrieran en algún instante, pero yo las había cerrado a cal y canto.

Entretanto, en el cielo exterior una voz gritaba: “Generosidad no es que me des aquello de lo que tengo más necesidad que tú, sino que me des aquello que tú necesitas más que yo” (Jalil Gibrán. Aire y Espuma). Por el ojo de la cerradura de mi puerta, alguien me lanzó esta sentencia, en eco de amenaza: ¡¡Tu grito en el desierto!!

Al acostarme aquella noche mis sábanas estaban gélidas, y soñé con una viuda, su hijo, Elías y Santiago. ¿Eran acaso ellos los que gritaban por el ojo de la cerradura?

Al despertar por la mañana, mi conciencia se abrió y abrí las puertas y ventanas, e invité a sentarse en mli mesa a todos, incluidos los pájaros desnudos, a ventanas y puertas, que de nuevo de par en par se abrieron.

Salí al exterior, y grité con todas mis potencias: ¡¡¡No habrá más gritos ya en el desierto!!! Los rayos y los truenos huyeron no sé donde… y el sol brilló de nuevo en las alturas.

 

UN CHOPO ENAMORADO

¿Por qué el viento acaricia suspirando
la piel suave del chopo y me da celos?

¿Por qué sus verdes hojas
acarician al viento,
y mi piel y la suya estremecidas
se desmayan de gozo y de deseos?

………………….

En las aguas del río embravecido,
la corriente y el agua se dan besos.

(EL LEGENDARIO MUNDO DE LOS SENTIMIENTOS. Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

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