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QUÉ PASA EN LA IGLESIA (y 5) LAS CINCO LLAGAS

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4.- LA DIVISIÓN DE LOS CRISTIANOS

En las esferas más oficiales se percibe hoy una negativa disimulada a reconocer lo que vivió el Vaticano II con gran intensidad: la división de las iglesias es un pecado de todas ellas que contradice la voluntad expresa de Cristo (Jn 17,22), y la iglesia católica se sentía dispuesta y llamada a acompañar y trabajar con todas las confesiones cristianas en busca de la unidad.

Vale aquí también lo que dijo el cardenal Congar aplicando una sentencia evangélica: si el árbol se conoce por sus frutos, es innegable que las otras confesiones cristianas han producido (junto al inevitable pecado de todo lo humano) frutos llamativos de vida cristiana que demuestran la presencia del Espíritu en ellas. Por eso, Vaticano II no temió llamarlas iglesias, y se decidió a buscar la unidad junto con ellas, en plan de igualdad y obedeciendo al Dios revelado en Jesucristo.

Pero últimamente hemos oído voces oficiales que insistían en que la iglesia sigue siendo una y su unidad no se ha roto: simplemente algunos se han separado de ella, y lo que deben hacer para recobrar la unidad es regresar al seno de la iglesia una.

Para ello se ha desvirtuado un texto que el Vaticano II corrigió deliberadamente cuando dijo que la Iglesia de Cristo "subsiste en" (y no que "es") la iglesia católica (LG 8). Se pretende hoy que "subsistir en" es exactamente lo mismo que ser. En consonancia con eso, se percibe una negativa -tácita o expresa- a llamar iglesias a los protestantes y ortodoxos.

Ejemplo de esta mentalidad reactiva puede ser la dura reacción del diario de la curia romana contra el libro que hace ya veinte años publicaron K. Rahner y H. Fries: "La unidad de las iglesias, una posibilidad real". Como toda "primera propuesta" el libro podía tener sus límites e imperfecciones; pero no merecía una desautorización global. Pues es cierto que, al menos, hay hoy una posibilidad muy real de avanzar significativamente hacia la unión. Y en este campo, tan contrario a la voluntad de Dios en su actual situación, todo aquello que es posible se vuelve obligatorio.

Unas veces el enfriamiento de la marcha hacia la unidad, se debe al miedo de la iglesia romana de perder poder. Miedo que (como en tiempos de Pío IX cuando la cuestión de los estados pontificios) se reviste de fidelidad a Cristo.

Otras veces, de parte de las otras iglesias, se debe a cierta pereza conformista que las retrae de "salir de su patria" como pedía Dios a Abrahán, en busca de la unidad prometida.

El término "comunión" tan típico de lo eclesial, se desfigura entonces para frenar el camino hacia la unidad, como si este camino fuese una amenaza a la comunión, y sin percibir que la mayor falta y el mayor pecado contra la comunión eclesial es precisamente la división de las iglesias. Por eso conviene recordar que comunión y unidad no son lo mismo que uniformidad: ésta es demanda de la comodidad. La comunión es la unidad de lo plural y es, por eso, una demanda que implica dificultad y esfuerzo.

Es innegable también, y es muy de agradecer que, como fruto del Vaticano II, miembros particulares de ambas iglesias hayan trabajado juntos en busca de acuerdos, consiguiendo avances importantes en temas como el ministerio (acuerdo de Lima), la justificación, e incluso el papado.

Pero, cuando esos acuerdos llegan a los niveles oficiales no generan iniciativas prácticas sino que parecen archivarse en los cajones de cualquier despacho curial, hasta caer en el olvido. La misma propuesta de Juan Pablo II, de buscar modos de ejercer su ministerio que no fueran obstáculo para la unidad de los cristianos, ha sido olvidada pese a que suscitó muchas respuestas de interés.

No toca a esta breve reflexión indicar aquí pistas o caminos concretos. Quizá podríamos evocar el célebre consejo machadiano: "se hace camino al andar". Para concluir lamentando que la sensación que dan hoy las iglesias es la de "no andar". Y que esto es grave porque tenemos la casi seguridad de que si el cristianismo no afronta unido el tercer milenio, no será capaz de afrontarlo: ni en los territorios llamados "de misión" ni en aquellos tradicionalmente cristianos. Y la responsabilidad sobre el cristianismo es la mayor responsabilidad que nos afecta a los cristianos.

La desunión de los cristianos debe dolernos a todos como una fractura en los tejidos o en los huesos del propio cuerpo: mejor aún, del Cuerpo de Cristo. Sólo desde ese dolor nos pondremos en marcha, agónica y confiadamente, hacia esa unidad en la pluralidad que Dios quiere de todos nosotros.

 

5.- LA HELENIZACION DEL CRISTIANIMO

La inculturación del cristianismo en el mundo y mentalidad grecolatinos ha sido una de sus mayores gestas, y tememos que el cristianismo actual no sería capaz de una gesta similar en el mundo de hoy. Pero nuestro modo de preguntar a la realidad y de categorizarla ya no es el del mundo grecolatino. De ahí que una gran mayoría de las formulaciones dogmáticas de la fe, teniendo un valor innegable, resulten para el hombre de hoy tan incomprensibles como carentes de significado y de llamada a la entrega.

Los especialistas piensan que, al menos para hoy, la helenización del cristianismo lleva a una pérdida de sus raíces bíblicas. Y sin embargo, sigue habiendo voces oficiales que pretenden que la vestimenta grecolatina del cristianismo es la mejor, si no la única posible, incluso para el mundo futuro. La Iglesia nunca debería olvidar las palabras de Juan XXIII al abrir el Vaticano II, que ahora citaremos.

Ocasiones perdidas

A lo largo del siglo XX hubo dos acontecimientos que significaban ya ese malestar, y esa necesidad de ir saliendo de la matriz grecolatina: el problema del modernismo con su atención a la experiencia religiosa y el de la teología de la liberación con su atención a una dogmática que resultara "performativa" (con perdón por el anglicismo): capaz de poner en marcha una praxis de seguimiento radical.

La Iglesia oficial no supo discernir lo que en esos intentos imperfectos había de signo de los tiempos. Sólo supo "quebrar cañas cascadas y apagar mechas humeantes" y aún sería más correcto decir: abortar promesas incipientes de vida.

Condenó dos versiones deformadas de ambas corrientes, y estableció una auténtica caza de brujas contra voces que podían tener algo de imprecisas o imperfectas, pero tenían mucho de proféticas. De este modo, no se permitió buscar respuesta alguna al problema que ambas corrientes planteaban, por el único camino por el que la condición humana puede hallar respuesta a los problemas nuevos: el camino del estudio y del diálogo. Añadamos que ambos problemas hubiesen tenido más fácil acceso desde una mentalidad más semita y menos grecorromana.

A los dos capítulos citados habría que añadir las relaciones entre ciencia y fe, o ciencia y teología, con la persecución cruel al profeta que fue Teilhard de Chardin, y su desautorización tras su muerte y el éxito de sus escritos. Pero en este campo, la actitud de la autoridad eclesiástica no ha sido tan negativa como en los dos que comentamos.

Ya a comienzos de siglo, el protestante A. Harnack había escrito que "el método inquisitorial es el peor de todos para captar lo que otro ha dicho". Nuestra iglesia todavía no parece haber aprendido esa verdad elemental. Y lo peor es que la mayoría de aquellos condenados eran gentes de excelente voluntad que, más allá de errores quizás inevitables en los comienzos, pretendían servir al cristianismo y a la Iglesia.

Citemos un par de ejemplos referidos a cada uno de esos dos intentos (modernismo y teología de la liberación).

1.- A. Loisy, en el mismo año 1904, escribió una carta al papa Pío X, en la que le decía literalmente:

"Quiero vivir y morir en comunión con la iglesia católica. No quiero contribuir a la ruina de la fe en mi país. No está en mi poder destruir en mí el resultado de mis trabajos. En la medida de mis posibilidades me someto al juicio emitido contra mis escritos por la Congregación del Santo oficio. Y como testimonio de mi buena voluntad, y a favor de la pacificación de las almas, estoy dispuesto a abandonar la enseñanza que profeso en París, y a suspender las publicaciones científicas que estoy preparando".

¿Podía pedirse más? Sin embargo Pío X, ateniéndose a las frases que hemos subrayado, dictaminó en un escrito dirigido al arzobispo de Paris: "la carta apela a mi corazón, pero no está escrita con el corazón". Un juicio de intenciones que ni siquiera un papa se puede permitir.

Y es cierto que algunas opiniones exegéticas de Loisy han sido superadas después. Pero en puntos como la historicidad de los relatos del Génesis o de los mismos evangelios (leídos con el criterio moderno de historicidad), o la concordancia entre los relatos de la resurrección o el origen de la Iglesia..., Loisy tenía mucha más razón que Pío X. Aquel intentaba ilustrar la fe, y éste proponía a la Iglesia una fe "de carbonero".

2.- Un teólogo europeo, de la talla de J. B. Metz, pregunta a propósito de las teologías de la liberación: "¿es atrevido suponer que allí irrumpe una idea nueva y más clara de lo que comporta la cercanía a Jesús, esto es de lo que promete y exige el seguimiento?".

Y contrapone esta pregunta a lo que, según él, surge del alejamiento de Jesús, aun añadiendo que "-esto no lo digo con ánimo de denuncia sino con un asomo de tristeza y desazón". Y eso que surge es: "un cristianismo que se asemeja a un hogar religioso para burgueses, una religión exenta de peligro, pero también de virtualidad consoladora".

Consecuencias

Creemos sinceramente que aquellos polvos del s. XX trajeron estos lodos del s. XXI. El cual además habrá de afrontar otra "promesa peligrosa" que es la del llamado diálogo y convivencia entre las religiones, de la que ahora prescindiremos.

Sólo nos queda señalar que toda forma de inquisición (aunque no asesine corporalmente) resulta a largo plazo mucho más nociva para el Evangelio, de lo que puede tranquilizar a corto plazo. Es inevitable evocar la frase del físico Andrei Sarajov: "la intolerancia es la angustia de no tener razón". Esta es la impresión que dan hoy a la gente muchas actuaciones y declaraciones de bastantes autoridades eclesiásticas.

Aterrizando un momento en anécdotas de nuestro país, en la España de hoy, las editoriales católicas (tan meritorias por trabajar en una situación de exclusión y de marginación cultural), soportan un pesado calvario de parte de la jerarquía, por motivos que no tienen nada que ver con la verdad de la fe, sino con intereses de partidismo eclesial.

Es vergonzoso que una obra como el "catecismo islámico", realizada por una editorial católica, meritoria por ecuménica, por pedagógica y por lo que ayudó para ilustrar a muchos clérigos musulmanes, vea impedida su publicación con argumentos como que fomenta el indiferentismo o banaliza la religión.

Creemos que la actual jerarquía debería meditar muy seriamente tres frases evangélicas y tres actitudes inculcadas por Jesús.

1. no hay que impedir a nadie que haga el bien simplemente porque "no es de los nuestros" (Lc 9,50).
2. cuando se sienta maltratada no debe recurrir, como los apóstoles a pedir que "baje fuego del cielo", porque merecerá la acusación de su Señor: "no sabéis de qué espíritu sois" (Lc 9,55).
3. y releer muy seriamente la dura diatriba de Jesús contra los "eclesiásticos" de su tiempo, en el capítulo 23 de san Mateo, recordando el comentario de varios santos Padres: que aquellas cosas no se habían escrito contra los judíos, sino para que no las repitiéramos nosotros...

Según las fuentes cristianas, el Espíritu de Dios ha sido derramado "sobre toda carne" y no sólo sobre la carne occidental o europea. Las tareas concretas que eso implica por lo que hace a la noción de verdad y revelación, a la concepción misma de Dios, a la primacía del amor sobre el poder, la atención al sufrimiento y lo que Metz califica como "memoria passionis"... han sido tratadas por muchos en otros lugares. Nosotros creemos poder concluir este capítulo citando las palabras antes evocadas de Juan XXIII, en la apertura del Vaticano II:

"Una cosa es el depósito mismo de la fe... y otra la manera como se expresa; y de ello ha de tenerse gran cuenta... De la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia... el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal... en conformidad con los métodos de investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales".

Porque "nuestro deber no es sólo custodiar ese tesoro precioso, como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo".

Si sólo se tratase de repetir lo dicho, concluía el papa: "para eso no era necesario un concilio". (ed. de la BAC, p. 753).

Tememos que nuestra Iglesia dé la impresión demasiadas veces de "ocuparse sólo de la antigüedad", y tememos que ello se deba a que la adhesión a las verdades de fe no es "ni renovada, ni serena ni tranquila".

Todo ello es más triste porque, como dice el Evangelio, "el buen pastor conoce sus ovejas" (Jn 10,14). Y nos parece que muchos obispos y monseñores no conocen el esfuerzo y la admirable lucha, entre dificultades, oscuridades, desaprobaciones y poco tiempo libre para ello, que mantienen muchos cristianos o muchos humanos para sostener o encontrar su fe. Son admirables y sólo se les mira como censurables y hasta como "hijos pródigos" que, en vez de los brazos abiertos de un padre, sólo parecen encontrar obstáculos en su camino de regreso.

Xavier Alegre
Josep Jiménez
José Ignacio González Faus
Josep Mª Rambla

Un cuaderno de Cristianisme i Justicia

www.fespinal.com

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