CRISIS ECONÓMICA,
CRISIS DE LA FAMILIA
Según los datos que ha hecho públicos el Instituto Nacional
de Estadística, en 2007 descendió en España el número de
divorcios en un 5,8 por ciento.
Este dato se relaciona, según los analistas, con la crisis
económica, que ya empezó a notarse el año pasado. Ya veremos
si esta relación se confirma. En cualquier caso, el dato que
ya conocemos resulta comprensible. Desde el momento en que
el divorcio sale más caro, la gente se divorcia menos. Una
pareja, que se separa, necesita dos viviendas, en lugar de
una. Con todos los gastos que eso lleva consigo. Y si la
pareja percibe un solo sueldo, ese sueldo se tiene que
partir por dos. Y así sucesivamente. La cosa no necesita
mucha explicación.
Lo que sí parece necesario explicar es lo que esto
significa. El conocido sociólogo Anthony Giddens explicaba,
no hace mucho, que la familia tradicional era, sobre todo,
una unidad económica. La gente del campo apañaba los
matrimonios de sus hijos para asegurar la estabilidad de la
pequeña o mediana propiedad que sustentaba a la familia,
mientras que entre las clases acomodadas y la aristocracia
la transmisión de la propiedad era la base principal del
matrimonio.
Se sabe que en la Europa medieval el matrimonio no se
contraía sobre la base del amor sexual, ni se consideraba
como un espacio donde el amor debía florecer. El historiador
G. Duby afirma que el matrimonio, en la Edad Media, no debía
incluir “frivolidad, pasión o fantasía”.
En cualquier caso, un elemento constitutivo de la familia
tradicional era la desigualdad de hombres y mujeres. Hasta
no hace tantos años,
los hombres tenían la convicción de que las mujeres eran
propiedad de ellos, cosa que explica (en buena parte) por
qué la violencia de género se traduce casi siempre en
asesinatos de mujeres.
La desigualdad entre hombres y mujeres se extendía, desde
luego, a la vida sexual. Durante siglos, los hombres se han
valido de amantes, cortesanas y prostitutas. Y los ricos
tenían, no raras veces, aventuras amorosas con sus
sirvientas. Eso sí, todos los hombres tenían que asegurarse
de que sus mujeres eran las madres de sus hijos.
Por supuesto, en la familia tradicional, ni las mujeres ni
los niños tenían derechos o los tenían enormemente
disminuidos en relación al padre. Además, algo tan
importante en la vida como es la sexualidad estaba dominada
por la idea de la virtud femenina. Y en el trasfondo de
aquel modelo de familia dominaba el indignante ideal de una
esposa siempre menos culta que el marido.
Cuando yo era niño, le oí decir a un caballero de noble aspecto: “para mí,
la esposa ideal es la que sabe escribir, pero con faltas de
ortografía”.
Me llama la atención que, cuando estaban así las cosas, los
obispos no solían alzar su voz en defensa de la familia como
lo hacen ahora. Por supuesto, yo estoy de acuerdo en que se
defienda la estabilidad del matrimonio y el respeto a la
vida. Pero me parece que el problema es distinto. Y es que,
en el fondo de todo este asunto, está el problema económico.
El reconocido lingüista norteamericano George Lakoff ha
planteado una pregunta incómoda para algunas personas: “Si
eres conservador, ¿qué tiene que ver tu postura sobre el
aborto con tu postura sobre los impuestos?” Es decir, Lakoff
plantea la relación entre ética familiar y problemas
económicos. Pero no plantea eso a la antigua usanza, sino
como ahora se tiene que afrontar.
En el modelo de familia, que ahora defienden los grupos
religiosos fundamentalistas, la figura clave es el “padre
estricto”. Porque la moral que va a salvar al mundo es la
moral del padre estricto. Y lo curioso es la conexión entre
la visión del mundo de padre estricto y el capitalismo de
libre mercado.
James Dobson ha explicado esto muy bien. La moral de padre
estricto es la moral del propio interés. Según el
pensamiento de Adam Smith: si cada uno persigue su propio
beneficio, de ahí se seguirá el beneficio de todos por arte
y gracia de la “mano invisible”, es decir “por naturaleza”.
Cuando persigues tu propio beneficio, ayudas a todo el
mundo. Es la tesis central del liberalismo económico. Del
que el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, acaba de decir
que la crisis económica actual es “para el mercado el
equivalente a la caída del muro de Berlín”.
La crisis económica que estamos viviendo es más profunda de
lo que muchos imaginan. Porque lo que en ella está en juego
no es tener más o menos dinero. Lo que se nos ha venido a
plantear es que tenemos que afrontar con urgencia un cambio
decisivo en nuestras vidas.
Se trata del cambio de la vida centrada en el “propio
interés”, como motivación primordial, a una vida centrada en
lo que el citado A. Giddens llama la “relación pura”, como
motivación determinante. La relación pura se basa, no en el
“beneficio”, sino en la “comunicación”, de manera que
entender el punto de vista del otro, lo que necesita, lo que
le hace feliz, eso es lo esencial.
Yo sé muy bien que el mundo no se arregla cambiando
solamente los sentimientos de las personas. Pero también sé
que no podemos esperar a que los políticos nos saquen las
castañas del fuego.
Lo que más nos importa a todos ahora mismo no es que
triunfen nuestras ideas políticas personales. Lo que más nos
urge, por propia conveniencia, es que vayamos pensando menos
en el “propio interés” y pensemos más en la “relación pura”.
Por ahí tendrá arreglo la familia. Y también la economía.
José M. Castillo