LECTURAS
del
6º DOMINGO DE PASCUA
HECHOS 10, 24‑48
Al siguiente día entró en Cesarea. Cornelio los estaba
esperando. Había reunido a sus parientes y a los amigos
íntimos. Cuando Pedro entraba salió Cornelio a su
encuentro y cayó postrado a sus pies. Pedro le levantó
diciéndole: « Levántate, que también yo soy un hombre.
»
Y conversando con él entró y encontró a muchos
reunidos. Y les dijo: «Vosotros sabéis que no le está
permitido a un judío juntarse con un extranjero ni
entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no
hay que llamar profano o impuro a ningún hombre. Por
eso al ser llamado he venido sin dudar. Os pregunto,
pues, por qué motivo me habéis enviado a llamar».
Cornelio contestó: «Hace cuatro días, a esta misma hora,
estaba yo haciendo la oración de nona en mi casa, y de
pronto se presentó delante de mí un varón con vestidos
resplandecientes, y me dijo: "Cornelio, tu oración ha
sido oída y se han recordado tus limosnas ante Dios;
envía, pues, a Joppe y haz llamar a Simón, llamado
Pedro, que se hospeda en casa de Simón el curtidor,
junto al mar." Al instante mandé enviados donde ti, y
tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros,
en la presencia de Dios, estamos dispuestos para
escuchar todo lo que te ha sido ordenado por el Señor».
Entonces Pedro tomó la palabra y
dijo: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace
acepción de personas, sino que en cualquier nación el
que le teme y practica la justicia le es grato. El ha
enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles
la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es
el Señor de todos. Vosotros sabéis lo sucedido en toda
Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó
el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con
el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo
el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo,
porque Dios estaba con él; nosotros somos testigos de
todo lo que hizo en la región de los judíos y en
Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un
madero; a éste, Dios le resucitó al tercer día y le
concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo,
sino a los testigos que Dios había escogido de antemano,
a nosotros que comimos y bebimos con él después que
resucitó de entre los muertos. Y nos mandó que
predicásemos al Pueblo, y que diésemos testimonio de que
él está constituido por Dios juez de vivos y muertos. De
éste todos los profetas dan testimonio de que todo el
que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los
pecados».
Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu
Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. Y
los fieles circuncisos que habían venido con Pedro
quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo
había sido derramado también sobre los gentiles, pues
les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios.
Entonces Pedro dijo: «¿Acaso puede alguno negar el agua
del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo
como nosotros?» Y mandó que fueran bautizados en el
nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se
quedase algunos días.
Es un suceso que para nosotros no tiene relevancia
aparente y, sin embargo, fue de suma importancia para
las primeras comunidades de seguidores de Jesús. Pedro,
lejos del ambiente y las presiones de Jerusalén, ha
entrado a casa de Cornelio, un centurión romano, pagano
por consiguiente, quebrantando la Ley. Pedro está ya
convencido de que para seguir a Jesús no hay que pasar
por la Antigua Ley, y obra en consecuencia. La presencia
del Espíritu en aquella comunidad le ratifica en su
creencia.
Esta actitud traerá graves problemas, por las protestas
de los cristianos judaizantes de Jerusalén. Hasta el
mismo Pedro vacilará, y será Pablo quien le recrimine
sus indecisiones. El problema explotará a propósito de
la comunidad de Antioquía, alborotada porque algunos
cristianos judaizantes les han dicho que si no se
circuncidan no se podrán salvar, lo que suscitará lo que
hemos llamado el “Concilio de Jerusalén”, en el que la
cuestión quedará zanjada, aunque las iglesias judaicas
seguirán fieles a los preceptos mosaicos mientras que
las “griegas” prescindirán de ellos.
El tema es vital: se trata de entender lo de Jesús como
una mera culminación de la Antigua Ley, con lo que sus
seguidores serán simplemente una secta judaica como
otras tantas, o si, por el contrario, la Nueva Alianza
ha roto los viejos pellejos de la anterior, y ni Jesús,
ni Dios, es “patrimonio preferencial” de los judíos.
De todas maneras, Lucas es muy inteligente al dar tanta
importancia a este suceso: se trata de dejar claro que
la apertura a los gentiles no es un atrevimiento de
Pablo, sino del mismo Pedro, y por tanto está enraizado
en Jesús a través del primero de sus Testigos.
1 JUAN 4, 7‑10
Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de
Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a
Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene;
en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que
vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados.
Este párrafo es el centro mismo del mensaje de la carta,
y el corazón del mensaje de todos los escritos
dependientes del “discípulo amado”.
El mensaje central de Jesús es Dios/Abbá, y aquí se
expresa en términos menos simbólicos, más conceptuales,
como caracteriza a estos escritos. La esencia de Dios no
hay que buscarla en el poder, ni en la justicia, sino en
el amor.
Hemos recibido ya este mensaje varias veces en los
domingos anteriores, pero ahora se constituye en el
centro mismo de nuestra reflexión, como coronando todo
el contenido de las celebraciones de Pascua. Hay varias
frases que constituyen la esencia del mensaje de Jesús:
·
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
·
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que
Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por
medio de él.
·
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su
Hijo …
José
Enrique Galarreta, S.J.