LECTURAS
SANTÍSIMA TRINIDAD
DEUTERONOMIO 4, 32-40
Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han
precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre
la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo
palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante? ¿Hay
algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del
Dios vivo hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?
¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación
entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios
y guerra, con mano fuerte y brazo extendido, por grandes
terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo
por vosotros en Egipto?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es
el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en
la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los
mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas
feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus
días en el suelo que Yahveh tu Dios te da para siempre.
Espantosa identificación de Dios con el terror, la
guerra y la muerte. Espantosa apropiación de Dios, que
salva a su pueblo matando egipcios.
Es un texto espeluznante, en el que aparece muy bien
toda la provisionalidad e imperfección del Antiguo
Testamento, y muestra que la mejor palabra de Jesús
sobre él es “el vino nuevo rompe los odres viejos”.
No es éste el Dios de Jesús, ni somos un pueblo elegido
excluyendo a otros, ni la guerra es obra ni
manifestación de Dios, sino del pecado. Me parece que
este texto no debe leerse en la Eucaristía.
Para sustituirlo, propongo:
Del
libro primero de los reyes 19, 3-13
Elías tuvo
miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a
Berseba de Judá y dejó allí¡ a su criado. El caminó por
el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo
una retama. Se deseó la muerte y dijo: Basta ya, Señor.
Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres.
Se acostó
y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le
dijo: Levántate y come. Miró y vio a su cabecera una
torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua.
Comió y bebió y se volvió a acostar.
Volvió
segunda vez el ángel del Señor, le tocó y le dijo:
Levántate y come, porque el camino es demasiado largo
para ti. Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de
aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches
hasta el monte de Dios, el Horeb. Allí entró en la
cueva, y pasó en ella la noche.
Le fue
dirigida la palabra del Señor, que le dijo: ¿Qué‚ haces
aquí¡ Elías? El dijo: Ardo en celo por el Señor, porque
los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado
tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo
yo solo y buscan mi vida para quitármela. Le dijo: Sal
y ponte en el monte ante el Señor. Y he aquí que el
Señor pasaba.
Hubo un
huracán tan violento que hendía las montañas y
quebrantaba las rocas ante el Señor; pero no estaba el
Señor en el huracán. Después del huracán, un temblor de
tierra; pero no estaba el Señor en el temblor. Después
del temblor, fuego, pero no estaba el Señor en el fuego.
Después
del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo
Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a
la entrada de la cueva.
Este texto
nos permite hablar del cambio de Dios: del huracán y el
fuego a la brisa suave. Del Dios terrible a Abbá.
ROMANOS 8, 14-17
En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu
de esclavos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace
exclamar: ¡Abbá, Padre!
El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar
testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos,
también herederos: herederos de Dios y coherederos de
Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él
glorificados.
Es una hermosa síntesis de nuestro conocimiento de Dios.
El Padre - el Hijo - el Espíritu.
El "Espíritu de Dios" alienta en nosotros. Es el
Espíritu enviado por el Padre, el que nos hace hijos
como Hijo es Jesús.
Merece la pena atender a la palabra “adoptivos”. Es
demasiado evidente que Pablo se mueve en el campo de los
símbolos, no de las realidades. No somos hijos de otro,
adoptados por Dios, no se está hablando de quién nos
engendró. Se está subrayando la diferencia entre Jesús y
nosotros, utilizando el símbolo de hijo natural – hijo
adoptivo. El símbolo puede parecernos más o menos
acertado, pero es fundamental no salirse del campo de lo
simbólico, de la metáfora, no sacar conclusiones de tipo
objetivo como si se dogmatizase sobre la “generación” de
Jesús y la nuestra.
Y el evangelio completa el mensaje con la Misión, la
misión de los hijos, la Misión del Hijo: salvar al mundo
por el anuncio de la Buena Noticia.
José
Enrique Galarreta, S.J.