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                             cristianos siglo veintiuno
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LECTURAS

de la festividad de PENTECOSTÉS

 

 

HECHOS 2, 1-11

 

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 

 

Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían:

 

“¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia,  Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos,  judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios."

 

El texto de Lucas marca el principio de la "explosión de la iglesia". Hasta este momento, la comunidad de creyentes en Jesús ha vivido concentrada en sí misma, guardando el recuerdo del Señor. En este momento se va a convertir en comunidad misionera, por la fuerza del Espíritu de Jesús. Los símbolos son lo de menos: el viento, las lenguas de fuego, el don de lenguas, son las señales externas que simbolizan la presencia del espíritu y de la universalidad del mensaje. Pero el hecho es cierto: aquellos pocos y tímidos seguidores de Jesús se convierten en apóstoles y profetas y se lanzan a anunciar a Jesús Resucitado al mundo entero.

 

La fe de los discípulos sufrió el tremendo desafío de la muerte en cruz, resucitó en la experiencia pascual, y ahora llega a la plenitud de su sentido: se convierten en testigos, misioneros, esparcidores del espíritu de Jesús. Esto es lo que constituye el nacimiento de la iglesia: no solamente que creen en Jesús y guardan su memoria, sino que se hacen testigos, presencia viva del espíritu de Jesús en el mundo.

 

Es necesario recordar quiénes son los que reciben el Espíritu. Los textos de Hechos que hacen referencia a esto son tres. El primero, la descripción de la primera comunidad inmediatamente después de la Ascensión:

 

HECHOS 1, 12-14 

12 Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. 13 Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. 14 Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

 

El segundo, otra descripción de la comunidad que introduce la elección de Matías:

 

HECHOS 1, 15

15 Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos ‑ el número de los reunidos era de unos ciento veinte ‑ y les dijo: ...

 

El tercero, la primera línea del texto que hoy comentamos:

 

HECHOS 2, 1

1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.

 

Una perversa tergiversación de estos textos reduce la infusión del Espíritu a los Doce, o, como mucho y por obra de piadosos pintores, a los Doce presididos por María, la madre de Jesús. Un buen ejemplo es la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “PASTORES GREGIS”, de Juan Palo II, 16 de octubre de 2003, en que, refiriéndose a los Obispos, afirma:

 

“La especial efusión del Espíritu Santo que recibieron los Apóstoles por obra de Jesús resucitado (cf. Hch 1, 5.8; 2, 4; Jn 20, 22-23), ellos la transmitieron a sus colaboradores con el gesto de la imposición de las manos (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6-7).

 

Éstos, a su vez, con el mismo gesto, la transmitieron a otros y éstos últimos a otros más. De este modo, el don espiritual de los comienzos ha llegado hasta nosotros mediante la imposición de las manos, es decir, la consagración episcopal, que otorga la plenitud del sacramento del orden, el sumo sacerdocio, la totalidad del sagrado ministerio.

 

Así, a través de los Obispos y de los presbíteros que los ayudan, el Señor Jesucristo, aunque está sentado a la derecha de Dios Padre, continúa estando presente entre los creyentes.”

 

Los textos que se eligen son:

 

HECHOS 1, 8

…sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.

 

JUAN 20, 21-22

Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo...

 

La selección de estos textos le sirve al autor para eludir la efusión del Espíritu a la comunidad entera y para hacer a la jerarquía único receptor del Espíritu. Desgraciadamente estamos acostumbrados a estas manipulaciones interesadas de los textos.

 

 

GÁLATAS 5, 16-25

 

Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne.  Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais.  Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. 

 

Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje,  idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. 

 

En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,  mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.

 

 

Pablo indica varios temas de extrema importancia en nuestra espiritualidad: el antagonismo espíritu-carne, el antagonismo entre La Ley-El Espíritu, los frutos del Espíritu, vivir según el Espíritu. Vamos a detallarlos, como un resumen de nuestra fe y nuestro modo de vivir.

 

Pablo utiliza el término "la carne" de manera semejante a como Juan utiliza el término "el mundo" o "las tinieblas", aunque en un sentido más interior. Se trata de la oposición al Espíritu, la resistencia a Dios, desde dentro o desde fuera del ser humano. Nosotros podríamos hablar de "el pecado", en su manifestación más interior o en sus consecuencias sociales.

 

"La carne" es pues lo que nos aparta de Dios. Creo que podríamos hablar correctamente si lo identificáramos con "el pecado original", eso que sentimos en nosotros como contrapuesto a la acción de Dios, a nuestra propia conveniencia, incluso a lo que deseamos. Pablo lo expresa de manera dramática en Romanos 7. La lectura de este texto puede ser una hermosa fuente de meditación, aplicándonosla personalmente.

 

Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco.  Y, si hago lo que no quiero, …  en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. 

 

… En efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo,  puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.  Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. 

 

Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta.  Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior,  pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que  está en mis miembros. 

 

¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?  ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!

(Rm 7:9‑25)

 

Esta es, posiblemente, la mejor descripción de nuestra condición humana, y esto es lo que nos hace descubrir que el concepto de pecado - perdón que se desprende del Evangelio, el que tantas veces hemos manejado en nuestras celebraciones de la Reconciliación, no es simplemente la afirmación de la bondad de Dios, sino un profundo mensaje sobre la psicología del pecado.

 

El pecado es la “fuerza de gravedad” que nos impide ir hacia Dios. Mucho más que culpa es carga, esclavitud, y por eso, más que de perdón hay que hablar de liberación. Por eso se llama Jesús, el Salvador.

 

Una vez más, el Evangelio no es un ligero barniz que se añade a lo humano: es tomar al ser humano desde lo más profundo, tal como es, y hacer posible que se oriente a Dios.

 

Este es el primer fruto del Espíritu de Jesús. La liberación: otra hermosa imagen: prisioneros de la carne, prisioneros de la tierra, disminuidos, pájaros enjaulados, hechos para volar, que esperan poder dejarse arrastrar por el viento. 

 

Este es el Espíritu, el Espíritu del Hijo, el Espíritu de los hijos, el que nos rescata de la esclavitud de la tierra y nos abre el horizonte luminoso de los Hijos:

 

Para Pablo, la vida es una lucha entre la carne y el Espíritu, entre esa “fuerza de gravedad” que nos atrae hacia abajo y el Viento de Dios que nos hace elevarnos, dejarnos “animar” por ese Aliento.

 

Pablo muestra la oposición de las dos vidas: la vida según la carne ha sido crucificada: no nos dedicamos a eso, aunque nuestra carne nos lo pida. Vivir en el espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí... Todo lo cual está muy por encima de la ley, que sólo urge nuestros comportamientos externos. Es un resumen perfecto de la esencia del evangelio: vivir como hijos/hermanos, eso es ser testigos de Jesús.

   

 

José Enrique Galarreta, S.J.