ISAÍAS 42, 1-7
Consolad, consolad a mi
pueblo, dice vuestro Dios.
Hablad al corazón de
Jerusalén,
gritadle :
que se ha cumplido su
servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del
Señor ha recibido
doble paga por sus
pecados.
Una voz grita en el
desierto:
preparad un camino al
Señor…
allanad en la estepa
una calzada para vuestro
Dios.:
que los valles se
levanten,
que los montes y las
colinas se abajen.
Que lo torcido se
enderece
y lo escabroso se
iguale.
Se revelará la gloria
del Señor
y la verán todos los
hombres juntos
-ha hablado la boca del
Señor -.
Súbete a un monte
elevado, heraldo de Sión,
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén.
Álzala, no temas
di a las ciudades de
Judá: “aquí está vuestro Dios”.
Mirad, viene Él con su
salario
y su recompensa le
precede .
Como un pastor apacienta
su rebaño,
su brazo lo reúne
toma en brazos a los
corderos
y hace recostar a las
madres.
Esta lectura pertenece al segundo libro de la
profecía de Isaías, escrito probablemente por un
profeta anónimo que ejerció su ministerio durante el
destierro de Babilonia, entre los años 553 y 539 aC.
En su obra, magnífica por su teología y su valor
poético, aparece la misteriosa figura de “El Siervo
de Yahvé”. Los especialistas se dividen en múltiples
explicaciones de quién ese personaje. En la
tradición de la Iglesia se ha visto siempre a esta
figura como anuncio de Jesús, “sobre el cual está el
espíritu”, que “no quebrará la caña cascada”, que
será “luz de las naciones”…
HECHOS 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -
Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al
que lo teme y practica la justicia, sea de la nación
que sea. Envió su palabra a los israelitas,
anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor
de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos,
cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa
empezó en Galilea: Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos
por el diablo; porque Dios estaba con él.
Pedro pronuncia estas palabras en Cesarea, en casa
del centurión romano Cornelio. Pedro se ha dado
cuenta de que Jesús no es para los judíos, sino para
todo el mundo, y lo profesa así.
Inmediatamente, hace una breve síntesis, intensa y
perfecta: presenta a Jesús como “el ungido de Dios
con la fuerza del Espíritu Santo”, “que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con Él”.
El texto termina así:
“Nosotros somos testigos de todo lo que
hizo en Judea y en Jerusalén. Le dieron muerte
colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al
tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el
pueblo sino a nosotros, los testigos designados de
antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos
con él después de su resurrección. Nos encargó
predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha
nombrado juez de vivos y muertos. Todos los profetas
dan este testimonio de él, que en su nombre reciben
el perdón de los pecados todos los que creen en él.”
Como vemos, es una síntesis magnífica de la fe de
Pedro. Es una pena que los textos que leemos en la
eucaristía estén tan mutilados, por querer hacerlos
breves: pierden buena parte de su sentido.