ISAÍAS 2, 1-5
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y
Jerusalén:
Al final de los días, estará firme el monte de la
casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado
sobre las montañas. Hacia él confluirán los
gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid,
subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de
Jacob.
El nos instruirá en sus caminos, y marcharemos por
sus sendas.
Porque de Sión saldrá la Ley, de Jerusalén la
Palabra del Señor.
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos
numerosos. De las espadas forjarán arados, de las
lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra
pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
Isaías es uno de esos genios que aparecen de vez en
cuando en la historia de la humanidad. Vivió en
Jerusalén hacia el año 750. Eran años espantosos
para el reino de Judá. Desde el Noreste, el temible
imperio asirio es una terrible amenaza para Siria,
Israel y Judá. Los asirios lo destruyen todo, son
unos guerreros sanguinarios.
Pero, peor aún, Isaías ve que el Pueblo y sus reyes
no son fieles al Señor, no cumplen la Ley... y teme
que van a ser destruidos, como castigo por su
infidelidad. En medio de tanta angustia, Isaías
tiene sin embargo el valor de anunciar al pueblo
que, si son fieles al Señor, el final será el
triunfo, el triunfo del Señor: Jerusalén será
restaurada, se venerará al Señor en su santo templo,
y el pueblo será "El Pueblo Santo", "El Pueblo de
Dios", que será luz de las naciones.
La Iglesia ha entendido estas palabras de Isaías
como una visión profética del triunfo definitivo de
Dios. A final, Dios reinando sobre todas las cosas.
Pero no es un reino exterior, un estallido de poder.
Tampoco es un triunfo político de Israel, aunque el
pueblo de Israel lo creyó a veces así.
Se trata de que Dios reina en los corazones humanos,
instruidos en sus caminos. Los humanos caminaremos
según la voluntad de Dios. Esto hará la paz. Es un
resumen de la historia: los humanos caminan en
tinieblas, caminan en el pecado; llegará el día en
que se vuelvan a la luz.
La imagen es el Monte. Para todo lector de la
Biblia, el Monte, el Monte de los Montes es el Sinaí,
porque en ese monte Dios Libertador dio a los
hombres La Ley, la ley que les ha de salvar del
pecado. Pero el monte es también el Monte de Sión,
Jerusalén. La historia discurre de Monte a Monte:
del Sinaí, en que Dios ofrece al hombre La Ley, para
que al cumplirla no sea esclavo del pecado; al Monte
de Sión, cuando la humanidad encuentre a Dios y se
realice su Reino.
Es una visión del fin de los tiempos, en positivo,
no como destrucción y catástrofe sino como
culminación, plenitud: "Dios será todo en todos",
"todos los pueblos caminarán a su luz". Insistimos
muchas veces en el final como catástrofe, pero la
Biblia está llena de imágenes de triunfo final de
Dios, de plenitud de la humanidad que encuentra
finalmente la luz de Dios.
ROMANOS 13, 11-14
Daos cuenta del momento que vivís; ya es hora de
espabilarse, porque ahora vuestra salvación está más
cerca que cuando empezamos a creer. La noche está
avanzada, el día se echa encima: dejemos las
actividades de las tinieblas y pertrechémonos con
las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada
de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni
desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del
Señor Jesucristo y que el cuidado de vuestro cuerpo
no fomente los malos deseos.
Pablo escribe esta carta probablemente desde Corinto
hacia el año 57-58. Considera terminada su tarea en
Asia y en Europa oriental y se encamina hacia Roma y
Occidente, con intención de llegar, quizá, hasta
España. Ya ha escrito varias cartas que conocemos: a
los de Tesalónica, de Corinto, de Galacia, quizá
también a los de Filippos.
Roma cuenta ya con una comunidad cristiana
importante; no sabemos quién la fundó, aunque es
verosímil que fueran judíos que vivían en Roma y
tomaron contacto con el Evangelio en sus
peregrinaciones a Jerusalén. La ciudad de Roma,
capital del Imperio y gran Urbe, ejerce un enorme
atractivo sobre los cristianos. Cuando desaparezca
Jerusalén, año 70, Roma compartirá con Antioquía y
Alejandría una especie de "primado de honor" entre
las diversas iglesias y será, desde luego, la cabeza
de las Iglesias de Occidente.
No sabemos muy bien cuál fue el motivo de la carta,
que es un gran documento doctrinal que podría haber
sido remitido a cualquier comunidad cristiana.
Releamos despacio el texto de hoy: "Daos cuenta del
momento en que vivís". "La noche está avanzada, el
día se echa encima". Pablo no comparte la idea de
muchos de los primeros cristianos, que pensaban que
el fin de los tiempos era inminente. Lo sabemos por
las cartas a los de Tesalónica, que leímos al final
del ciclo C.
Pero, de todas formas, a nosotros no nos interesa
esa interpretación. Nos da igual cuándo se va a
acabar el mundo. Hasta podemos decir que nos da
igual también cuándo se va a acabar nuestra
vida. Lo que nos interesa es que se va a acabar.
En este texto se da una versión muy bella del final.
El final no es pasar de la luz a la oscuridad, sino
al revés; el final es que se acaba la noche y llega
el día. Precioso: esta vida es la noche: la muerte
de cada uno - y el final de este universo quizás -
es el amanecer, la llegada del día, de la luz, que
es Dios. Esto cambia todos los valores. Todo lo que
apetecemos tiene un valor muy relativo, porque se
acaba. Pero la vida no se acaba. Entonces, ¿para qué
vivimos?. ¿Cómo hay que vivir?