Sabiduría 11, 23 a 12, 2
Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de
arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que
cae sobre la tierra.
Te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
cierras los ojos a los pecados de los hombres, para
que se arrepientan. Amas a todos los seres y no
odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado
alguna cosa, no la habrías creado.
Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses
querido? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no
las hubieses llamado?
Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor,
amigo de la vida. En todas las cosas está tu soplo
incorruptible. Por eso corriges poco a poco a los
que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado,
para que se conviertan y crean en ti, Señor.
Conocemos ya este libro, muestra magnífica de la
"Sabiduría de Israel", por lo que se ampara bajo el
nombre de Salomón, el sabio de los sabios de Israel.
Compuesto en Alejandría en tiempos de Jesús o poco
antes, es el último libro del Antiguo Testamento y
se compone como un tratado de teología política,
tratado de los grandes temas, la justicia, la
sabiduría.
El fragmento que hoy leemos es
un texto de elevada inspiración, que desarrolla una
idea novedosa y profunda: la misericordia y la
bondad como manifestación del poder, la clemencia y
el perdón de Dios como fruto de su omnipotencia.
La omnipotencia crea porque ama
y ama todo lo que crea; por eso, su poder se
manifiesta en cuidar de la creación y dar siempre
una nueva oportunidad al que peca. Es hermoso el
nombre que se aplica a Dios: "Señor, amigo de la
vida".
2 Tesalonicenses 1, 11 a 2, 2
Hermanos: siempre rezamos por
vosotros, para que nuestro Dios os considere dignos
de vuestra vocación; para que con su fuerza os
permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; y
para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria
y vosotros seáis la gloria de él, según la gracia de
Dios y del Señor Jesucristo.
Os rogamos a propósito de la
última venida de nuestro Señor Jesucristo y de
nuestro encuentro con él, que no perdáis fácilmente
la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones,
dichos o cartas nuestras: como si afirmáramos que el
día del Señor está encima.
Pablo escribe esta segunda carta a los cristianos de
Tesalónica saliendo al paso de las ideas de algunos
que, esperando la inmediata llegada del fin de los
tiempos, se negaban incluso a trabajar. Toda la
carta es una exposición sobre los tiempos finales,
que no son para Pablo inminentes, y una serie de
exhortaciones a la vida piadosa "según la gracia de
Dios y del Señor Jesucristo".
José
Enrique Galarreta, S.J.