ECLESIÁSTICO 35, 15b-17 y 20-22
El
Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial.
No es
parcial contra el pobre,
escucha las lágrimas del oprimido.
No
desoye los gritos del huérfano
o de
la viuda cuando repite su queja.
Sus
penas consiguen su favor
y su
grito alcanza las nubes.
Los
gritos del pobre atraviesan las nubes
y
hasta alcanzar a Dios no descansan.
No
ceja hasta que Dios le atiende
y el
juez justo le hace justicia.
Llamado hoy "el Sirácida", porque en el prólogo, que
es un añadido del traductor griego (supuestamente
nieto del autor) se cita al autor del libro, "Jesús
Ben Sira". El nombre de "Eclesiástico" le viene
porque fue un libro muy leído en medios
eclesiásticos de la Iglesia antigua.
Los judíos, y también una parte de la iglesia
antigua, no lo consideraban canónico, lo que influyó
en que el original hebreo se perdiera pronto, aunque
modernamente se han recuperado bastantes fragmentos.
El libro fue compuesto hacia el año 190-160 aC. Se
escribe en Palestina, sometida a la dominación de
los reyes de Siria (los Seléucidas), que pronto
intentarán imponer costumbres helenizantes. Contra
ellas lucharán “los piadosos" de Israel, y en este
contexto se escribe el libro.
Se trata de un ejercicio "profesional" del saber,
practicado en una escuela. La sabiduría consiste en
buena parte en la lectura y comentario de los textos
bíblicos, en la reflexión, en la doctrina
tradicional frente a las peligrosas novedades
paganas. Por esta razón, el Libro, aunque no fue
aceptado en el Canon hebreo, es frecuentemente
citado incluso en los escritos rabínicos.
El tema de estos versos es viejo y muy querido en
Israel: el Señor es parcial solamente a favor de los
pobres, de los necesitados. El lamento de los
oprimidos siempre llega al Señor, y el Señor lo
escucha y les librará.
2 TIMOTEO
4, 6-8 y 16-18
Querido hermano: yo estoy a punto de ser sacrificado
y el momento de mi partida es inminente. He
combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta,
he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona
merecida con la que el Señor, juez justo, me
premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos
los que tienen amor a su venida.
La primera vez que me defendía ante el tribunal,
todos me abandonaron y nadie me asistió. Que Dios
los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas
para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo
oyeran todos los gentiles.
Él me
libró de la boca del león; el Señor seguirá
librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su
reino del cielo.
¡A Él la gloria por los siglos de los siglos, Amén!
Se trata de los últimos párrafos de la carta.
Pablo sabe que será ajusticiado pronto y manifiesta
su fe en la última hora, poniendo su esperanza en
Dios. Es un hermoso ejemplo de confianza, porque, si
bien dice "el Señor me librará", no se refiere a que
le librará de la cárcel ni de la muerte: la
liberación y la salvación vendrán con la muerte.
El texto que leemos hoy es incompleto: ha omitido
los versículos 9-15, que son muy interesantes: Dicen
así:
"Procura venir a verme cuanto antes; pues
Dimas, enamorado de este mundo, me ha abandonado y
se ha ido a Tesalónica. Crescente se ha ido a
Galacia, Tito a Dalmacia. Sólo Lucas se ha quedado
conmigo. Recoge a Marcos y tráelo contigo, pues lo
encuentro muy útil en el ministerio. A Tíquico lo
envié a Éfeso. Cuando vengas tráeme la capa que dejé
en Tróade, en casa de Carpo, junto con los libros y,
sobre todo, todos los pergaminos. Alejandro el
broncista me ha tratado muy mal; el Señor le pagará
como se merece. Tú también guárdate de él, que se ha
opuesto tenazmente a mis discursos"
Se ve claramente cómo esta carta, aunque redactada
más tarde por discípulos de Pablo, recoge materiales
originales, y nos proporciona datos preciosos para
el conocimiento de la primitiva iglesia.
José
Enrique Galarreta, S.J.