ÉXODO 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los
israelitas en Raffidim. Moisés dijo a Josué:
-
Escoge unos cuantos hombres,
haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en
pie en la cima del monte con el bastón maravilloso
en la mano.
Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec.
Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía
Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec.
Y, como le pesaban las manos, sus compañeros
cogieron una piedra y se la pusieron debajo para que
se sentase; Aarón y Jur le sostenían las manos, uno
a cada lado.
Así sostuvieron en alto las manos hasta la puesta
del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo
de espada.
El pueblo de Israel está en el desierto del Sinaí,
camino del Monte Horeb, como un mes después de la
salida de Egipto y el paso del Mar. Pasan por un
territorio controlado por los nómadas del desierto,
los amalecitas, y éstos, naturalmente, les atacan.
Históricamente se trata de una de las muchas
peripecias guerreras que cuenta el libro del Éxodo.
Es un texto antiguo. Pertenece a la tradición "Elohista",
es decir que fue compuesto hacia el año 650 aC.,
(recogiendo tradiciones anteriores, muy antiguas) y
utilizado más tarde por los autores que dieron su
forma definitiva al Pentateuco. Quizá formó parte en
su origen de una crónica de guerra, probablemente
conservada por la tribu de Efraím (la protagonista
principal del Éxodo y el núcleo fundamental del
Reino del Norte).
Pero los recopiladores se han preocupado de darle
sentido: toda la epopeya del Éxodo tiene el mismo
sentido: Si Israel es fiel a Dios, no tiene por qué
preocuparse: El Señor vencerá a todos los enemigos.
Éste fue el tema básico del famoso paso del Mar: en
la tradición Yahvista-Elohista (ya fundidas en
nuestro texto), el pueblo ni se mueve, el Señor lo
hace todo. El mismo mensaje se recibe en El Agua de
la Roca, las codornices, el maná: Vosotros sed
fieles a Dios, y él se encargará de todo.
La victoria sobre Amalec se lee, por tanto, desde la
fe: mientras Moisés no se canse de orar, el Señor
lucha por Israel. Si Israel se confía a sus solas
fuerzas, sus enemigos vencen.
Esta lección será el núcleo de la fe del Círculo
Deuteronómico, y la que inspire tanto el
Deuteronomio como los libros que llamamos
"históricos", como ya vimos el domingo pasado a
propósito del Libro Segundo de los Reyes.
No podemos menos que hacer una reflexión sobre el
peligroso primitivismo de este texto (paralelo a
muchos otros del AT). Israel (Moisés) pide la
victoria sobre sus enemigos: que Dios le ayude a
matar, que Dios aniquile a sus enemigos. Y Dios se
lo concede. Dios mata a los amalecitas.
Todo el AT está lleno de estas interpretaciones de
Israel, semejantes a las que hacen todos los pueblos
antiguos del mundo cuando están en guerra con sus
enemigos, porque todos entienden que para eso está
SU DIOS, para protegerles de sus enemigos e
incluso para aniquilarlos. Y en eso se muestra que
SU DIOS es más fuerte que los dioses de los
otros.
Cuando esto no funcionó históricamente, cuando
Israel fue arrasado y el Templo destruido, se
entendió como castigo por la infidelidad. Lo que nos
lleva a pensar que si Israel hubiera sido fiel,
ahora todos estaríamos sometidos a ellos, y
adoraríamos a Dios en el Templo de Jerusalén, según
la Promesa (o estaríamos muertos, por el poder de
Yahvé).
Y nada de esto es verdad.
Toda esa fe de Israel, la esencia del Deuteronomista,
es falsa. Dios no es para que un pueblo triunfe, no
hay ningún pueblo elegido sobre (ni contra) los
demás, Dios no es propiedad de nadie, Dios no ayuda
a matar a nadie, somos nosotros los que matamos
contra Su Voluntad...
Esa "fe" de Israel ni es Palabra de Dios ni debería
aparecer en nuestra Eucaristía, porque el mensaje
de Jesús es exactamente lo contrario.
Al terminar la primera lectura se proclamará
"Palabra de Dios", y la gente dirá que sí... Pues
no. Ya es hora de que desmitifiquemos la expresión
"Palabra de Dios" y leamos el AT como una
prehistoria de Jesús, muchas veces muy lejana y muy
contaminada de creencias que no son en absoluto
Palabra de Dios.
2 TIMOTEO 3, 14 a 4, 2
Permanece en lo que has aprendido y se te ha
confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que,
desde niño, conoces la Sagrada Escritura. Ella puede
darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús
conduce a la salvación.
Toda Escritura inspirada por Dios es también útil
para enseñar, para reprender, para corregir, para
educar en la virtud. Así, el hombre de Dios estará
perfectamente equipado para toda obra buena.
Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a
vivos y muertos, te conjuro por su venida en
majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a
destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda
comprensión y pedagogía.
Seguimos con la "lectura continua" de esta carta. No
encontramos en este texto ninguna idea que no
hayamos manejado ya en domingos anteriores.
José
Enrique Galarreta, S.J.