SABIDURÍA 9, 13-19
¿Qué hombre conoce el designio de Dios,
quién comprende lo que Dios quiere?
Los pensamientos de los mortales son mezquinos
y nuestros razonamientos son falibles;
porque el cuerpo mortal es lastre del alma
y la tienda terrestre abruma la mente que medita.
Apenas conocemos las cosas terrenas
y con trabajo encontramos lo que está a mano:
Pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo,
quién conocerá tu designio, si tú no le das
Sabiduría
enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?
Sólo así serán rectos los caminos de los terrestres,
los hombres aprenderán lo que te agrada;
y se salvarán con la sabiduría
los que te agradan, Señor, desde el principio.
Conocemos sobradamente este hermoso libro, llamado
"Libro de la Sabiduría de Salomón", y que se
escribió en griego probablemente en Alejandría a
finales del siglo I aC o principios del siglo I dC.
Su "Sabiduría", como toda la Sabiduría de Israel
consiste en interpretar y aplicar las Escrituras a
la vida diaria.
El fragmento que hoy leemos es extraordinario, sin
duda, como reflexión sobre la limitación de la
sabiduría humana respecto del conocimiento de Dios.
Existe en él una concepción de lo humano como de
algo espiritual atenazado por su condición material,
que se entiende como lastre, como tienda pesada que
abruma nuestra mente. Es el Espíritu el que hace
capaz al ser humano de elevarse por encima de su
fuerza de gravedad terrenal.
En nuestra cultura, estas concepciones no están de
moda. Nos sentimos radicalmente materiales, nos
sentimos identificados con "nuestro cuerpo", apenas
nos dice nada un sentido trascendente o
escatológico, ni la palabra "espiritual" se libra a
veces de connotaciones peyorativas.
Y sin embargo, es esencial que, superando cualquier
dualismo, liberando a estas imágenes de toda
pretensión metafísica, interpretemos al ser humano
como "barro con espíritu de Dios" (Génesis 2,7),
sometido a esclavitud, una esclavitud que le atrae y
le impide caminar, ser él mismo, ( Éxodo 16: 2,3),
"necesitado de liberación".
La Sabiduría, presente ante Dios desde la eternidad,
derramada sobre los "terrestres" para que sepan
vivir, podría ser muy bien el punto de arranque de
una cristología "descendente". Personalmente, me
gusta bastante más que "El Logos", que no tiene
tradición bíblica y es palabra mucho más estática,
con más peligros metafísicos. Jesús es, para
nosotros, Sabiduría de Dios. (1 Corintios: 22-25).
FILEMÓN 1, 9b–10 y 12-17
Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te
recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado
en la prisión. Te lo envío como algo de mis
entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí,
para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que
sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo
sin contar contigo; así me harás este favor no a la
fuerza sino con toda libertad.
Quizá se apartó de ti para que le recobres ahora
para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor:
como hermano muy querido. Si yo le quiero tanto,
cuánto más le has de querer tú, como hombre y como
cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo
a él como a mí mismo.
Ésta es la única ocasión, en los tres ciclos de las
lecturas dominicales, en que se utiliza esta carta
de Pablo. Nadie discute su autenticidad. Escrita
probablemente en el año 61 o 62, desde la cárcel, en
Roma.
Onésimo, esclavo fugitivo, conoce en Roma a Pablo,
que lo convierte a Jesús. Pablo lo devuelve a su amo
legítimo, Filemón, que es amigo suyo y también
cristiano. Pero se lo devuelve como hermano,
hermanado por la misma fe en Jesús.
Es muy interesante -y para nosotros muy sorprendente
y aleccionador- comprobar que Pablo no destruye la
institución esclavista por vía legal, sino por vía
real, modificando la relación real que en adelante
se dará entre las dos personas. ¿Qué relación
amo/esclavo se dará en el futuro, cuando los dos se
hayan sentado a la misma mesa, codo con codo,
celebrando la Cena del Señor?
Por lo demás, el texto no tiene relación alguna con
los otros dos. Estamos leyendo una serie de textos
de Pablo, más bien al azar, para completar el final
del ciclo litúrgico.