LECTURAS
Domingo 1º de
Adviento
JEREMÍAS 33, 14-16
Mirad qué días vienen ‑ oráculo de Yahveh ‑
en los que confirmaré la buena palabra
que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora
haré brotar para David un vástago legítimo
que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá,
y Jerusalén vivirá en seguro.
Y así se la llamará: «Yahveh, nuestra salvación».
Jeremías es un profeta que nos resulta próximo, por su
contexto vital y por su mensaje. Vive en la peor época
del reino de Judá, amenazado de destrucción por el poder
de los babilonios, destruido de hecho y llevado al
destierro.
Se opone a las interpretaciones oficiales de las
relaciones con Yahvé: para él Dios es el esposo del
pueblo; ofrece el amor más que la justicia. La alianza
no es algo jurídico y externo, sino la relación personal
de fidelidad con Dios.
Hay solamente un paso para acceder de Jeremías a Jesús.
Y todo esto le cuesta una vida de constante persecución,
ser mal visto por los poderes públicos e incluso por la
gente, y (probablemente) morir oscuramente en Egipto,
fugitivo de su tierra. No sólo en sus palabras sino en
su vida misma, descubrimos en Jeremías una especie de
figura de Jesús.
Pero, en medio de tanta calamidad, Jeremías no pierde
jamás la confianza en la salvación de Dios. El texto de
hoy es como un himno de esperanza contra toda esperanza.
Lo que la letra de este himno está anunciando es
completamente descabellado, impensable para aquel
momento. Pero el profeta tiene más confianza en el poder
y la bondad de Dios que en todas las señales externas
que hacen prever enormes calamidades. Y, aunque él mismo
anuncia esas calamidades, es capaz de creer que a pesar
de ellas, a pesar de la inminente destrucción de la
ciudad y el templo, se puede seguir confiando en Dios y
en su amor por el pueblo.
1 TESALONICENSES 3, 12 y 4 ,2
En cuanto a vosotros, que el Señor os colme y os haga
rebosar en el amor de unos con otros, y en el amor para
con todos, como es nuestro amor para con vosotros, y que
así os fortalezca internamente, para que cuando Jesús
nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os
presentéis santos e irreprochables ante Dios vuestro
Padre.
Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el
Señor Jesús a que viváis como conviene para agradar a
Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis
más. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos
de parte del Señor Jesús.
Probablemente sea esta carta el más antiguo de los
escritos del Nuevo Testamento. Escrita por Pablo desde
Corinto el año 51 a los cristianos de Tesalónica,
comunidad fundada por el mismo Pablo poco antes, para
dar gracias a Dios por su fe y también para tratar del
problema de la segunda venida de Cristo, que los
tesalonicenses esperaban de inmediato.
La carta está llena de preciosos mensajes, exhortaciones
a una comunidad fiel y practicante. Quizá el más hermoso
de estos textos sea el de la misma carta cap 5, 8:
“A vosotros, hermanos, como no vivís a oscuras, no os
sorprenderá ese día como un ladrón. Sois todos
ciudadanos de la luz y del día: no pertenecéis a la
noche ni a las tinieblas.
Por tanto, no durmamos como los demás, sino vigilemos y
estemos sobrios. Los que duermen, lo hacen de noche; los
que se emborrachan lo hacen de noche. Nosotros en
cambio, como seres diurnos, permanezcamos sobrios,
revestidos con la coraza de la fe y el amor, con el
casco de la esperanza de salvación.
No nos ha destinado Dios al castigo sino a la salvación,
por Jesucristo..."
El fragmento que leemos hoy es una exhortación genérica
a la vida cristiana y a progresar sin descanso en la
santidad.
José
Enrique Galarreta, S.J.