DEUTERONOMIO 18, 15-20
(Habla Moisés al pueblo de Israel)
Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre
tus hermanos, un profeta como yo, a quien
escucharéis. Y Yahveh me dijo a mí:
“Bien está lo que han dicho. Yo les suscitaré, de en
medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti,
pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo
lo que yo le mande.
Si alguno no escucha mis palabras, las que ese
profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré
cuentas de ello.
Pero si un profeta tiene la presunción de decir en
mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y
habla en nombre de otros dioses, ese profeta
morirá.”
Este texto se toma de la parte central del
Deuteronomio, capítulos 12 a 27, que es un conjunto
de leyes, inspiradas en las más antiguas del pueblo
de Israel.
El capítulo 18 legisla sobre los sacerdotes y los
profetas. Se rechazan los hechiceros, los
astrólogos, los adivinos, y se promete que habrá en
Israel profetas, es decir, personas en
cuya boca estén las palabras del Señor para su
pueblo.
Estos personajes se presentan como intermediarios.
Israel teme ver a Dios (se representa esto en el
terror ante el fuego del Sinaí), y por eso hay
personas intermediarias entre Dios y el pueblo.
Para robustecer su autoridad se pronuncia una
maldición, muy en el tono terrible propio de estos
antiguos escritos. Y lo mismo se hace acerca del
falso profeta, el que se arroga la condición de
profeta sin serlo.
La presencia de este texto en este Domingo se
justifica por la intención de Marcos al presentar a
Jesús: Jesús es un Profeta, un enviado de Dios, en
sus labios está la palabra de Dios, en sus hechos se
nota el poder de Dios.
Es una presentación dirigida a convencer al
auditorio judaico de quién es Jesús: el Profeta que
esperábamos. Pero ¡qué diferente! Han desaparecido
las amenazas, sustituidas por la curación, la
liberación de todo mal.
CORINTIOS 7, 32-35
Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no
casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo
agradar al Señor. El casado se preocupa de las
cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está
por tanto dividido.
La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se
preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el
cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa
de las cosas del mundo, de cómo agradar a su
marido.
Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos
un lazo, sino para moveros a lo más digno y al trato
asiduo con el Señor, sin división.
El texto de Pablo se incluye dentro de la idea,
corriente en los primeros tiempos de la comunidad
cristiana, de que la llegada del Señor estaba tan
cerca que sucedería en vida de algunos de los
presentes.
No se ha desarrollado aún la idea de que "los
últimos tiempos" no son "el inminente final" sino
"la etapa definitiva, la Nueva Alianza". En el
contexto de esta mentalidad, no tiene sentido la
vida cotidiana, sino la preparación para el final
inminente.
Pero no es verdad, aunque aparezca en una carta de
Pablo. Precisamente es la vida cotidiana, el
matrimonio, el trabajo… lo que construye el Reino.
Incluso Pablo lo dice así en la cata a los
Tesalonicenses (2 Tes 2:1-3 y 3; 11-12):
A propósito de la venida de nuestro Señor, Jesús
Mesías, y de nuestra reunión con él, os rogamos,
hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os
excitéis por supuestas revelaciones, dichos o cartas
nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor
está encima. Que nadie en modo alguno os desoriente.
Es que nos hemos enterado de que algunos de vuestro
grupo viven en la ociosidad, muy ocupados en no
hacer nada; a éstos les mandamos y recomendamos en
nombre del Señor, Jesús Mesías, que trabajen
pacíficamente. Y el que no trabaje, que no coma.
En definitiva, me parece mal que se lean estos
textos en la eucaristía; no hacen más que sembrar
confusión y desautorizar a Pablo. Y esto nos da la
oportunidad de caer en la cuenta de la ligereza con
que se aplica la expresión “palabra de Dios”
aplicándolo a cualquier fragmento de la Escritura.
Sin duda que hay mucha palabra de Dios en la
Escritura, pero hay que distinguir el trigo de la
paja.