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 cristianos siglo veintiuno
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Domingo 18 tiempo ordinario

 

ISAÍAS 55, 1-3

 

¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche!

 

¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso.

 

Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y fieles promesas hechas a David.

 

Dentro de la tónica de bendiciones y esperanzas mesiánicas que caracterizan la última parte del libro "de Isaías", aparecen numerosos motivos como éste, en que Dios es representado en la abundancia y la gratuidad.

 

Es una dimensión profética importante: Dios es presentado como luz, como agua, como abundancia. La presentación positiva de Dios, como elección correcta, mejor que su contraria, la alusión velada a "la tierra que mana leche y miel". Dios es la heredad de Israel, la tienda segura, el agua en el desierto, la luz en la noche...

 

Sus paralelos en el evangelio de Juan son numerosos y significativos: Jesús como agua viva, Jesús como luz, Jesús como pan vivo. Este es el motivo que ha atraído este texto para acompañar al de la multiplicación de los panes.

 

El problema de estos textos fue su interpretación literal. Para el justo, el que sigue al Señor, no habrá dificultades materiales: larga vida, salud, hijos, prosperidad: "serás dichoso y te irá bien, tu mujer como parra fecunda, tus hijos como brotes de olivo...." tema frecuente en los salmos. Tema trágicamente denunciado en el libro de Job y en numerosos salmos, escandalizados de que sean los impíos aquellos a quienes les va bien, y no el justo.

 

 A nivel nacional, se dio de hecho una identificación de la Promesa con la integridad y prosperidad política de Israel. Si Israel es fiel, le irá bien como nación. Esta fue la interpretación del reinado triunfal de David, y - en negativo - será la interpretación del Destierro, como castigo a la infidelidad.

 

Y este mismo tema constituirá el trauma por la muerte inexplicable del piadoso rey Josías, ininteligible desde estos parámetros.

 

Este "cambio de plano" es característico de la enseñanza de Jesús, y una de las fuentes, si no "la fuente", del rechazo por parte de la religiosidad oficial de Israel. Jesús "espiritualiza" la Alianza y la Promesa, el Templo, el Sacerdocio... que Israel había "materializado". Es un caso típico de la relación entre "cumplimiento" y "llevar a plenitud". En este caso - como en casi todos - la plenitud significa destruir lo anterior, como un recipiente en que ya no cabe el contenido, como un huevo incapaz de contener por más tiempo el pájaro. Quizá fue necesario, pero ahora estorba.

 

 

 

ROMANOS 8, 35-39

 

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?.

 

Como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero.

 

Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

 

Una vez más, el texto apenas se relaciona con el tema evangélico. Sin embargo, señalemos - puntualmente - dos aspectos: la primera comunidad cristiana tuvo bien pronto confirmación de que las "bendiciones" de Dios tenían el rostro concreto de la persecución: "Por tu causa somos muertos todo el día". "Persecución, hambre, angustia, tribulación, espada...". La cruz, señal del cristiano.

 

Por otra parte, Pablo muestra muy claramente que todo eso no es capaz de hacernos dudar del amor de Dios, más bien lo confirma. Las bendiciones de Dios no son otras que las que Jesús tuvo: fe y fuerza para afrontar la cruz. La resurrección está después de la cruz, no aquí.

 

La revelación última de Dios es seguir creyendo que nos quiere a pesar de la cruz, y la vida del cristiano se convierte en una manera de llevar la cruz, la cruz que es componente de la vida de todo humano, sin dejar de creer en el amor de Dios.

 

José Enrique Galarreta, S.J.