HECHOS 8, 5-17
Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí
a Cristo.
El gentío escuchaba con aprobación lo que decía
Felipe, porque habían oído hablar de los signos que
hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían los espíritus inmundos, lanzando gritos, y
muchos paralíticos y lisiados se curaban.
La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se
enteraron de que en Samaria habían recibido la
palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos
bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que
recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado
sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre
del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el
Espíritu Santo.
Siguen presentando imágenes de la primera Iglesia En
conjunto, sus ideas son similares a las de los
domingos anteriores. Pero hay algunos matices
significativos.
En primer lugar, la Iglesia ha salido de Jerusalén,
y no solamente a evangelizar a judíos residentes en
otros lugares, sino a los samaritanos, tenidos por
herejes y medio-paganos.
Es el primer paso hacia la ruptura con el judaísmo y
la apertura a todas las naciones. Este paso no lo da
alguno de “los doce” sino el “diacono” Felipe, del
que, por cierto, se dice en Hechos que tenía cuatro
hijas profetisas.
En segundo lugar, los de Jerusalén parecen sentirse
responsables de las comunidades que van surgiendo, y
les envían emisarios que los visiten; es el
nacimiento de lo que llamaríamos “apóstoles
itinerantes”. La palabra “Apóstoles” recupera aquí
su sentido original, es decir “enviados”.
Los doce son enviados por Jesús, y más tarde, muchos
otros son enviados por las comunidades, tal como
sucede con los viajes de Pablo y Bernabé. Pero
además llama la atención que la comunidad de
Jerusalén envía nada menos que a Pedro y a Juan. Una
vez más, el protagonista principal de todas las
decisiones es la comunidad.
PEDRO 3, 15-18
Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y
estad siempre prontos para dar razón de vuestra
esperanza a todo el que os la pidiere; pero con
mansedumbre y respeto y buena conciencia, para que,
en aquello mismo en que sois calumniados, queden
confundidos los que denigran vuestra buena conducta
en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si
tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el
mal.
Porque también Cristo murió una vez por los pecados,
el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
Murió en la carne, pero volvió a la vida por el
Espíritu.
La carta “de Pedro” ofrece reflexiones sobre el
comportamiento de los que siguen a Jesús y una breve
pincelada de la cristología "de Pedro", que en
realidad pertenece a una época más bien tardía, un
tanto impregnada del concepto de satisfacción
vicaria, que nos produce cierta inquietud.