Domingo de Ramos ciclo A
LECTURAS
La
celebración del Domingo de Ramos parece contradictoria.
La procesión de ramos es festiva, brillante, casi con un
tono infantil de palmitas y hosannas. Pero empieza la
eucaristía y nos endosan un relato trágico, la Pasión.
¿El triunfo y el fracaso?
Y es
que leemos mal el relato de la entrada. No es una
entrada triunfal sino mesiánica. Y el Mesías no es un
rey triunfador sino un profeta que va a ser rechazado y
crucificado. Jesús montado en un miserable burro,
clamado por unos cuantos galileos entusiasmado ante el
asombro de la gran ciudad indiferente.
Por
eso, Jesús entra en Jerusalén llorando, en una entrada
mesiánica, no davídica, sabiendo que la ciudad le va a
rechazar, le va a matar, va a perder su última
oportunidad. Jesús entra en Jerusalén porque se ha
decidido a dar la vida. Celebramos con palmas al
crucificado, no al rey Herodes.
Las
lecturas lo expresan muy bien:
ISAÍAS 50, 4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber
decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído para que escuche como
los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído y yo
no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a
los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos
ni salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba
confundido; por eso ofrecí mi rostro como pedernal, y sé
que no quedaré avergonzado.
Es
decir, Mesías que no esperaban, el Mesías que no viene a
reinar sino a sufrir. Difícil mensaje para los de su
tiempo y para nosotros.
Se trata del "tercer cántico del Siervo". Es la perfecta
introducción al relato de la pasión, y la corrección más
enérgica a todo sentido externamente triunfal del Reino
de Cristo. Nos sirve como una perfecta lectura profética
de la Pasión, e incluso del drama de la angustia de
Getsemaní y del desamparo de la cruz.
El triunfo de Jesús es la resurrección, no el
reconocimiento exterior de la nación judía, ni de los
pueblos del mundo. El triunfo de Jesús es que el
Espíritu es en él tan fuerte que le hace capaz de
arrostrar la cruz.
FILIPENSES
2, 5‑11
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:
El cual, siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de
sí mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como
hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que
está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es
SEÑOR para gloria de Dios Padre.
El
crucificado es el Señor. O mejor, nuestro Señor es un
crucificado. Consecuencia, a ver si tenéis los mismos
sentimientos, los mismos criterios, valores y estilo,
que el crucificado.
Pablo nos da una muestra perfecta de las dos
cristologías, ascendente y descendente, en un mismo
texto. Partiendo de la preexistencia del Verbo, Pablo
hace una teología del anonadamiento de Cristo:
condición divina
à
kenosis
à
hasta la cruz
Y al final del texto, partiendo de su condición humana,
se eleva hasta la proclamación de su fe:
condición humana
à
exaltación por Dios
à
Dios le hace Señor.
Influidos por el predominio casi exclusivo de la primera
en los textos litúrgicos, corremos el peligro de
desacuerdo con la sensibilidad del pueblo cristiano que
recupera hoy con fuerza la cristología de "el hombre
lleno del Espíritu".
Sería inteligente procurar que los cristianos recuperen
la fe en la divinidad de Jesús partiendo de su humanidad
= descubrir a Dios en ese hombre. De no recorrer este
camino, es más que probable que estemos transmitiendo o
admitiendo una concepción divina de Jesús que puede
calificarse de mítica.
Y es precisamente en la Pasión donde se nos ofrece el
test perfecto de nuestra fe en Jesús. Resumiendo y para
no repetir una vez más lo que tantas veces proclamamos:
toda cristología que tropiece con la agónica oración de
Getsemaní o con el desamparo de la cruz, es sospechosa.
Sospechosa de las más vieja tentación de las primeras
comunidades: el docetismo y sus consecuencias (por
ejemplo, la tan usada y tan peligrosa expresión: "en
cuanto Dios"
ß
à
"en cuanto hombre")
José
Enrique Galarreta, S.J.