LECTURAS
Domingo 32 del
tiempo ordinario
1º REYES 17, 8-16
Le fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías diciendo:
- Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate allí,
pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te dé de
comer.
Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la
puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que
recogía leña. La llamó Elías y dijo:
- Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu jarro
para que pueda beber.
Cuando ella iba a traérsela, le gritó:
-Tráeme, por favor, un bocado de pan en tu mano.
Ella dijo:
-Vive Yahveh tu Dios, no tengo nada de pan cocido: sólo
tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de
aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y
lo prepararé para mí y para mi hijo, lo comeremos y
moriremos.
Pero Elías le dijo:
- No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz
una torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás
para ti y para tu hijo. Porque así habla Yahveh, Dios
de Israel: no se acabará la harina en la tinaja, no se
agotará el aceite en la orza hasta el día en que Yahveh
conceda la lluvia sobre la haz de la tierra.
Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron
ella, él y su hijo. No se acabó la harina en la tinaja
ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que
Yahveh había dicho por boca de Elías.
El Profeta Elías es uno de los personajes más famosos
del Antiguo Testamento. Vive hacia el año 850 a.C., en
el reino del norte, en un tiempo en que la política de
"la casa de Omrí", concretamente del rey Ajab y su
mujer Jezabel favorece el culto de Baal y persigue
expresamente a los adoradores de Yahvé. Se trata de la
apostasía total del pueblo de Israel.
Elías es un campeón de la fe. (El nombre significa
"Yahvé es Dios"). Es una rígida figura solitaria,
vestido con un manto de piel de camello (típico de los "nazir",
consagrados a Yahvé, como después lo hará Juan
Bautista), que aparecía de improviso donde hacía falta
librar batallas por Yahvé.
Elías desapareció finalmente en el desierto, sin que
pudieran encontrarle. Esto da pie al famoso relato del
carro de fuego, y del espíritu de Elías transmitido a su
discípulo Eliseo.
En el texto de hoy aparece el profeta fugitivo de su
tierra, que vive escondido por temor al rey y a la
reina, y es acogido por una viuda de Sarepta (que no
pertenece a Israel sino que está en Fenicia, tierra de
paganos). Es un momento de extrema miseria producida por
la sequía, que dura siete años. La hospitalidad de la
viuda merece el reconocimiento por parte del Profeta. Ni
su harina ni su aceite se terminan.
El personaje de la viuda pobre y no israelita es un
ejemplo máximo de clase social "última". En una sociedad
absolutamente machista, la viudedad es desamparo
completo, y las viudas son frecuentemente explotadas por
sus "administradores" varones, aun en Israel. Su
condición de no-israelita la hace todavía más lejana y
poco digna de aprecio ante los hombres. El mensaje es
típico: la viuda pobre y no-israelita es la que acoge al
profeta y la que, por tanto, recibe la bendición de
Dios.
Jesús mismo recogió y citó este episodio (Lucas 6,25), y
lo interpretó como muestra de que no por ser de Israel
se agrada a Dios, sino por cumplir la voluntad de Dios,
en este caso por ser hospitalario, misericordioso.
HEBREOS 9, 24-28
Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de
hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el
mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento
de Dios en favor nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo
repetidas veces al modo como el Sumo Sacerdote entra
cada año en el santuario con sangre ajena.
Si hubiera sido así, Cristo tendría que haber padecido
muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, Él
se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante
de la historia, para destruir el pecado con el
sacrificio de sí mismo.
El destino de los hombres es morir una sola vez. Y
después de la muerte, el juicio. De la misma manera,
Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los
pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna
relación al pecado, para salvar definitivamente a los
que le esperan.
La composición de las lecturas de este domingo es
típica. Estamos haciendo una lectura continuada del
evangelio de Marcos, y llegamos a la escena de la viuda
que da limosna en el templo. Para acompañar esta lectura
se busca un texto de tema lejanamente semejante del A.T.
La segunda lectura sigue la lectura independiente de la
Carta a los Hebreos. Debo repetir todo (y más) lo que
expuse al respecto los domingos anteriores. Sublimes
teologías que nacen de sabe Dios dónde, concepto de
redención que desemboca en pagar al Padre (¿?) con
sangre… y demás lindezas. Propongo su sustitución por
1 Corintios 1, 26-31
26 Y si no, hermanos, fijaos a quiénes os llamó Dios: no a muchos
intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de
buena familia;
27 todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a
los sabios; y lo débil del mundo se lo escogió Dios para
humillar a lo fuerte;
28
y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió
Dios: lo que no existe, para anular a lo que existe,
29 de modo que ningún mortal pueda enorgullecerse.
30 Pero de él viene que vosotros, mediante el Mesías Jesús, tengáis
existencia, pues él se hizo para nosotros saber que
viene de Dios, honradez y, además, consagración y
liberación,
31
para que, como dice la Escritura: «El que está
orgulloso, que esté orgulloso del Señor» (Jr 9,22).
No hay, por lo visto, mucha gente importante en la
comunidad de Corinto. Lo necio del mundo, elegido por
Dios. Una mentalidad muy judaica, que atribuye a Dios
todo lo que sucede, disminuyendo la libertad humana para
engrandecer la acción de Dios.
Pero la reflexión nos lleva más allá: para quiénes es
buena noticia la Buena Noticia. Que empalma bien con la
malaventuranza de Lucas: “Ay de vosotros los ricos,
porque ya tenéis vuestra recompensa”, que no significa
nada con sentido de retribución en la otra vida, sino
que se refiere al efecto del poder, el prestigio y el
dinero en aquellos que los poseen: satisfacción, que
lleva a no necesitar de Dios.
En otro orden de cosas, podríamos pensar que la
Sabiduría de Dios son las parábolas, tan superiores a
toda sabiduría humana con la que solemos pretender dar
importancia a las humildes palabras de Jesús, llenas de
la Sabiduría y ajenas a todo ropaje de prestigio humano.
José
Enrique Galarreta, S.J.