LECTURAS
Domingo 31 del
tiempo ordinario
DEUTERONOMIO 6, 1-9
Estos son los mandamientos, preceptos y normas que
Yahveh vuestro Dios ha mandado enseñaros para que los
pongáis en práctica...
Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Dios.
Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu fuerza.
Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy.
Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto
si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como
levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán
como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las
jambas de tu casa y en tus puertas.
No nos detenemos en una explicación detenida de este
texto (ni del Levítico que ofrecemos luego como
alternativa a Hebreos). Pero los leemos como
"prehistoria de Jesús" y sentimos la alegría de
reconocer "La Palabra" naciente aun en tiempos tan
remotos y tan llenos de sombras.
HEBREOS 7, 23-28
Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo,
inocente, incontaminado, apartado de los pecadores,
encumbrado por encima de los cielos, que no tiene
necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por
sus pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes,
luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez
para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
Es que la Ley instituye Sumos Sacerdotes a hombres
frágiles: pero la palabra del juramento, posterior a la
Ley, hace el Hijo perfecto para siempre.
Como en otras muchas ocasiones, y más aún si cabe, en
estos tres domingos llama la atención la completa
desconexión de la segunda lectura en referencia a las
otras dos. Se sigue haciendo en ella una lectura más o
menos continua de la Carta a los Hebreos, con la imagen
del Sumo Sacerdote de Israel aplicada a Cristo. Pero la
importancia de los textos evangélicos -bien acompañados
por las primeras lecturas- merecería que también las
segundas lecturas se pudiesen incluir para reforzar el
mensaje.
Esto es particularmente aplicable a este domingo 31.
Jesús enuncia la esencia de la Ley "Amarás al Señor tu
Dios... Amarás al prójimo como a ti mismo", equiparando
los dos mandamientos como si fuesen uno solo.
La primera lectura muestra la proclamación del primero
de estos mandamientos según la versión del Deuteronomio.
No estaría mal que una segunda lectura mostrase la
versión igualmente del AT respecto al segundo
mandamiento. Proponemos el texto más claro de esta
proclamación:
LEVÍTICO 19, 13-19
No oprimirás a tu prójimo ni lo despojarás. No retendrás
el salario del jornalero hasta el día siguiente. No
maldecirás a un mudo, ni pondrás tropiezo ante un ciego,
sino que temerás a tu Dios. Yo, el Señor.
Siendo juez, no hagas injusticia ni por favor del pobre
ni por respeto al poderoso: con justicia juzgarás a tu
prójimo. No andes difamando entre los tuyos; no demandes
contra la vida de tu prójimo. Yo, el Señor.
No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu
prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa.
No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de
tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, el
Señor.
Pero si se prefiere que esta segunda lectura se tome del
NT, como es costumbre en las lecturas de la Eucaristía,
serían muy apropiados los textos de la PRIMERA CARTA DE
JUAN, en los que se proclama de una manera tan plena el
mandato del amor, en frases que deben constituir la
esencia de la espiritualidad del cristiano.
Cualquiera de estas opciones nos parecen mucho más
convenientes que la lectura de la carta a los Hebreos,
de mensaje tan controvertible y tan desconectada del
mensaje central de este Domingo.
A este respecto, me parece necesario insistir (¡una vez
más!) en la sorpresa que producen las frases que nos
ofrece el texto de hoy:
“Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo,
inocente, incontaminado, apartado de los pecadores…”
Aplicar esto a Jesús requiere un malabarismo salvaje. Se
podría decir lo contrario, “cercano a los pecadores” y
quedaría mucho mejor.
“…ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados
propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los
del pueblo: y esto lo realizó de una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo”
Una vez más, el sentido sacrificial, aplacar a Dios
pagándole por los pecados. ¿Cuándo acabaremos con esta
ofensa reiterada al Padre salvador que “tanto amó al
mundo que no escatimó ni a su mismo hijo"?
DE LA PRIMERA CARTA DE JUAN
Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el
mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este
mandamiento antiguo es la Palabra que habéis escuchado…
Quien ama a su hermano permanece en la luz y no
tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las
tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va,
porque las tinieblas han cegado sus ojos. PRIVATE
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos
hijos de Dios, pues ¡lo somos!.
En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su
vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida
por los hermanos. Si alguno que posee bienes de la
tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su
corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?
Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con
obras y según la verdad.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su
Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como
nos lo mandó…
Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de
Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a
Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
Amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que
Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por
medio de él…
Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también
nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le
ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a
su plenitud.
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y
hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el
amor permanece en Dios y Dios en él. Nosotros amamos,
porque él nos amó primero.
Si alguno dice: « Amo a Dios », y aborrece a su hermano,
es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien
ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a
Dios, ame también a su hermano
José
Enrique Galarreta, S.J.