LECTURAS
Domingo 24 del
tiempo ordinario
ISAÍAS 50, 5-10
El Señor Dios me ha abierto el oído
y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba
confundido.
El llamado "segundo Isaías" es una recopilación de
escritos proféticos pertenecientes al siglo VI a.C.,
escrito probablemente en Babilonia durante el ascenso de
Ciro de Persia, que está conquistando el imperio
Babilónico, entre los años 553 y 539 a.C., conquistará
Babilonia (539) y permitirá el regreso de los israelitas
a Palestina (538).
El autor de este libro es un gran teólogo y magnífico
literato. Su obra, en líneas generales, se concibe como
un segundo éxodo, y está destinada a levantar la moral
del pueblo en el destierro y encender la esperanza en el
retorno a la patria.
Dentro de esta obra se incluyen cuatro cantos llamados
"cantos del Siervo de Yahvé". (42:1-13. 49:1-13. 50:4-9.
52,13-53,12)
Es un personaje misterioso. Su vocación es profética,
pero también dramática, porque está destinado a sufrir,
a ser rechazado y cargar sobre sí los pecados del
pueblo.
La Iglesia ha visto siempre en este personaje una figura
de Jesús, y los evangelios lo interpretan así. Algunos
autores piensan que la interpretación de esta figura
forma parte de la enseñanza de Jesús sobre sí mismo.
La figura del Siervo supone una interpretación mesiánica
fuera de lo común. La figura del Mesías respondía
generalmente al modelo davídico: el gran rey bendecido
por Dios que restaurará la gloria de Israel y traerá
toda clase de bendiciones al pueblo porque restaurará la
Alianza. Pero el Mesías sufriente y rechazado no tiene
nada que ver con el Mesías davídico. Esta figura
representa por tanto muy bien la crisis mesiánica de
Jesús mismo, que encarna la figura del Siervo y
contradice la esperanza del mesianismo davídico.
SANTIAGO 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene
obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y
faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les
dice: "Dios os ampare, abrigaos y llenaos el estómago",
y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué
sirve? Eso pasa con la fe; si no tiene obras, está
muerta por dentro.
Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu
fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe".
Seguimos con la lectura continua de este documento, sin
conexión temática con las otras dos lecturas (aunque,
casualmente, hoy podemos relacionarnos de alguna
manera).
El texto completa la doctrina paulina sobre fe/obras.
Pablo insistía en que "las obras de la Ley", es decir,
la fidelidad a la ley mosaica, no eran fuente de
justificación.
La interpretación abusiva de esta idea es corregida
aquí, afirmándose que la fe sin obras es simplemente
mentira: la fe en Jesús, fuente de toda santidad, se
manifiesta en las obras; las obras muestran que la fe es
verdadera o que, por el contrario, es solo palabras.
José
Enrique Galarreta, S.J.