LECTURAS
Domingo 16 del
tiempo ordinario
JEREMÍAS 23, 1-7
¡Ay de los
pastores que dispersan y dejan perderse las ovejas de
mis pastos! ‑ oráculo de Yahveh. Por eso, así dice el
Señor, Dios de Israel:
A los
pastores que pastorean mi pueblo: vosotros dispersasteis
mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis, pues
yo os tomaré cuentas por la maldad de vuestras acciones
– oráculo del Señor -
Yo mismo
recogeré el resto de mis ovejas de todas las tierras a
donde las empujé, las haré tornar a sus dehesas, criarán
y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores
que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni
asustadas, ni faltará ninguna ‑ oráculo de Yahveh –
Mirad que
llegan días –oráculo del Señor - en que suscitaré a
David un vástago legítimo; reinará como rey prudente,
hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se
salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con
este nombre: “El Señor - nuestra justicia”
Un texto característico de la predicación de los
Profetas: echar en cara a los responsables de Israel (el
Rey y los Sacerdotes) su descuido de su misión: ser
buenos pastores del pueblo. Por su culpa, el pueblo
desconoce a Dios y le sobrevienen toda clase de
desgracias. Pero Dios mismo se ocupará de suscitar al
Pastor verdadero.
La Iglesia ve en estos oráculos de los profetas anuncios
de Jesús, el que podrá llamarse a sí mismo, con toda
propiedad, un Buen Pastor.
Pero en el momento actual de la Iglesia, en el que
muchos fieles sufren una fuerte perplejidad por la
disparidad de posturas de sus pastores y por la
intransigencia con que son defendidas, el texto puede
ser un aviso muy serio: solemos achacar los problemas
actuales de la Iglesia a las circunstancias externas, el
mundo secularizado, la sociedad consumista etc., etc.
... pero nunca a nuestros propios errores, excesos y
abusos.
Pienso si no se puede decir de la Iglesia,
nosotros-la-iglesia, la frase de Isaías: “vosotros
dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis...”
EFESIOS 2, 13-18
Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro
tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por
la sangre de Cristo.
Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo
uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad,
anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus
preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo
Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a
ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en
sí mismo muerte a la Enemistad.
Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais
lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él, unos
y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo
Espíritu.
El autor entona un himno de pura mentalidad paulina,
dando gracias a Dios que ha derribado la muralla que
dividía a los judíos de los demás pueblos. Esta fue la
gran obra de Pablo, abrir los estrechos límites del
judaísmo ortodoxo que la oprimían, hacer comprender a
todos que lo de Jesús rebasa las fronteras de cualquier
pueblo o cultura, es una Buena Noticia para toda la
humanidad.
Ésta será la tesis fundamental de Lucas en Los Hechos de
los Apóstoles. En Jesús ha muerto toda distinción de las
personas por su raza, religión, condición social… Jesús
hace presente al Hombre Nuevo, cuya identidad de hermano
se debe ante todo a su conciencia de Hijo.
El texto plantea para nosotros varios problemas: ante
todo, Pablo (el que sea el autor de este escrito) está
hablando de un problema que en sí nos resulta
lejanísimo, aunque en su momento fuera crucial: si lo de
Jesús es un judaísmo renovado o es algo más; si hace
falta pasar por la Antigua Ley para llegar a Jesús.
Este problema no nos importa hoy gran cosa, pero bajo él
subyace otro, muy actual, que sí nos importa.
Las primeras comunidades de sello paulino rompieron de
hecho con la mentalidad de las comunidades de sello
“judaizante” (las de Santiago).
Pero la Iglesia triunfalista que fue naciendo a partir
de mediados del siglo II y la Iglesia triunfal y
aparatosa de los siglos IV y siguientes recuperaron
ideas, modos y formas del Antiguo Testamento que nada
tienen que ver con Jesús, por ejemplo, en la concepción
de Dios (de Abbá al Padre Todopoderoso, Juez más temible
que entrañable), en la introducción de la idea de
redención como sangrienta expiación vicaria aplicada a
la muerte de Jesús y extendida luego a la teología del
sacrificio aplicada a la Cena del Señor y en muchos
otros casos.
La Iglesia se re-judaizó. La teología de la carta a los
Efesios se resiente ya de este retroceso. Como dijimos a
propósito del domingo pasado, y éste es el segundo
problema que plantea el texto, estas lecturas, por su
teología más que discutible y por su complicación que
las hace incomprensibles para la gente normal, no son
convenientes para la Eucaristía.
José
Enrique Galarreta, S.J.