LECTURAS
Domingo 14 del
tiempo ordinario
EZEQUIEL 2, 2‑5
El espíritu entró en mí como se me había dicho y me hizo
ponerme en pie; y oí al que me hablaba. Me dijo:
“Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a la
nación de los rebeldes, que se han rebelado contra mí.
Ellos y sus padres me han sido contumaces hasta este
mismo día. Los hijos tienen la cabeza dura y el corazón
empedernido; hacia ellos te envío para decirles: Así
dice el señor Yahveh. Y ellos, escuchen o no escuchen,
ya que son una casa de rebeldía, sabrán que hay un
profeta en medio de ellos”.
Nos ofrece el contexto necesario para la lectura
correcta de Marcos. Es una constante de Israel (y de la
humanidad) negarse a escuchar la Palabra. Todo el
Antiguo Testamento es la crónica de la dureza de corazón
de Israel, de su constante negación a escuchar a Yahvé,
y de las desgracias que esta actitud le acarrean.
Por otra parte, es constante en la Biblia la incómoda,
no pocas veces arriesgada situación del profeta.
Anunciar la Palabra es una misión peligrosa, que a
menudo lleva consigo el rechazo del pueblo.
Marcos ha tomado una línea semejante: quizá sea el
evangelio en que mejor aparece la contumacia del pueblo
y de los mismos discípulos.
2 CORINTIOS 12, 7‑10
Y por eso, para que no me engríe con la sublimidad de
esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un
ángel de Satanás que me abofetea para que no me engríe.
Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase
de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi
fuerza se muestra perfecta en la flaqueza».
Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias,
en las necesidades, en las persecuciones y las angustias
sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces
es cuando soy fuerte.
La compleja personalidad de Pablo aparece bien en este
texto: no sabemos en qué consiste ese “aguijón de la
carne”. Hay que tener en cuenta que, para Pablo, “la
carne” no es simplemente su cuerpo de carne y hueso,
sino todo lo que va “contra el espíritu”, lo que abre
más aún las posibilidades de interpretación.
Pero resulta evidente que Pablo siente una esclavitud de
la que quiere liberarse y no puede. Lo aprovecha para no
envanecerse de todos los dones que ha recibido; incluso
lo agradece a Dios, porque así queda claro que todo es
obra de Dios, a pesar de las limitaciones de Pablo, su
instrumento.
José
Enrique Galarreta, S.J.