LA VIUDA DE NAÍN
Lucas 7, 11-17
La viuda de Naín llora a su hijo muerto. Era su hijo
único, su seguridad, su razón de vivir, su porvenir. Sin
su hijo, ella también está muerta. La viuda de Naín es
la personificación de la misma Galilea a la que acaban
de arrancarle a Jesús, el más glorioso de sus hijos.
Galilea, ruta obligatoria entre el mar y los grandes
imperios vecinos; Galilea abierta al mundo pero expuesta
a las invasiones extranjeras; Galilea hecha de una
mezcla de culturas y de sangres diferentes; Galilea cuyo
pueblo habla un simple dialecto, una lengua impura;
Galilea ocupada por los romanos y aplastada por Herodes.
Porque es el granero del país se la explota hasta la
médula y, por eso mismo, está siempre pronta a
incendiarse.
A los ojos de los “puros” de Judea y de los tenebrosos
guardianes del Templo de Jerusalén, Galilea es un país
rebelde y temible, asolado por naciones paganas; es un
país “de sombra y de muerte” (ls 9,1). Nada bueno
puede salir de Galilea. Ningún profeta. ¡Menos aún un
Mesías! (Jn 1, 46)
Ahora bien, contra toda esperanza, Galilea trae al mundo
un hijo famoso llamado Jesús. Es un profeta, el más
grande de todos. Es la luz, la esperanza, el orgullo, el
porvenir del país.
Pero Judea, el Templo, el poder instalado en Jerusalén.
matan a Jesús. Le arrebatan a Galilea su hijo único, le
arrancan el corazón, la alegría de sus ojos. Galilea
llora: está desgarrada, desesperada; muerta de dolor. Ya
no tiene futuro. Se ha convertido en la viuda que todo
lo ha perdido al perder a su único hijo.
Pero Dios que es fiel, Dios que salva, Dios que es
justo, ha resucitado a Jesús y lo ha devuelto a su
Galilea. Los discípulos que habían bajado con él a
Jerusalén y que lo vieron crucificado, volvieron a
Galilea, allí donde todo había comenzado y donde ahora
lo vuelven a encontrar vivo (Mt 28,7).
Es allí donde vuelven a cobrar aliento, donde ellos
mismos resucitan volviendo a sumergirse en la
experiencia de los primeros tiempos, reviviendo la época
del feliz anuncio de la buena nueva del Reino sobre la
tierra de los más pequeños, de los pobres, de los
desheredados, de los que tienen hambre y sed de otro
mundo, de un mundo de justicia, de libertad y de paz.
En nuestros días, la viuda vestida de luto es nuestra
humanidad a la que se le ha amputado el África negra y
el Tercer Mundo de tez morena. Es la humanidad nuestra
amputada de sus mestizos, de sus criollos, de nuestros
amerindios, de nuestros hermanos y hermanas que vienen
de la esclavitud. Amputada de los niños sometidos a un
trabajo inhumano, amputada de las mujeres violadas,
forzadas, mutiladas, tajeadas, de rostro quemado con
ácido; de todas las mujeres que se inmolan a sí mismas
en el fuego para escapar a la opresión de un marido
brutal o de una familia política que las esclaviza.
Esta viuda, lo es también nuestro planeta, enfermo hasta
el alma por nuestra culpa. El porvenir de la humanidad
estará asegurado cuando nuestra Tierra y su mundo
sufriente hayan encontrado su lugar bajo el sol.
Proclamar hoy en día la buena nueva de la resurrección
del hijo de la viuda de Naín es tener, junto a la fe de
sentirse “ya resucitados” en Jesús, la
inteligencia, la audacia, la seguridad y la alegría de
hacer posible ese porvenir.
Eloy Roy