JESÚS DE NAZARET    

                             


                              

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Las parábolas (7)

 

 

Parábola del fariseo y el publicano

 

 

Lucas 18, 9-14

 

9 Refiriéndose a algunos que estaban plenamente convencidos de estar a bien con Dios y despreciaban a los demás, añadió esta parábola:

 

10 - Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, el otro recaudador. 11 El fariseo se plantó y se puso a orar para sus adentros: “Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás hombres: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. 12 Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano”.

 

13 El recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de este pecador”

 

14 Os digo que éste bajó a su casa a bien con Dios y aquél no. Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.

 

 

Destinatarios: Algunos que estaban convencidos de estar a bien con Dios y despreciaban a los demás.

 

Protagonistas: Dos hombres creyentes. Uno fariseo. Otro publicano.

 

Lugar: El Templo. Subieron al templo.

 

Viven en Jerusalén. “Volvieron a su casa”.

 

Fariseo: El nombre viene del arameo y quiere decir los “separados”, que se distanciaban de todo aquel que su modo de vida no era tan riguroso como ellos; se esforzaban en fundamentar su vida en la Ley. En tiempos de Cristo no tenían aspiraciones políticas sino meramente religiosas. (Diccionario técnico de  García Calvo)

 

Publicano: Personas privadas que habían conseguido ser contratadas por Roma para el cobro de los impuestos. Los impuestos sobre el suelo y per cápita eran competencia de funcionarios del Estado. En cambio, “las aduanas” de distritos eran subarrendadas al que más ofrecía por un monte total. El publicano cobraba a ojo, sin control, pagaba a las autoridades el monte comprometido, y el resto para su bolsillo. Se podía convertir en un gran o pequeño explotador.

 

Al Templo suben dos personajes de dos mundos diferentes:

 

Uno pertenecía al gremio de los cumplidores de la Ley de Dios. Incluso la cumplía con creces. El ayuno obligaba una vez al año, él lo hacia dos veces por semana para sentir la sensación de purificación; Había que pagar el diezmo sobre el grano, el mosto, y el aceite. Pero él lo pagaba sobre todo. Con lo que se aseguraba el exacto cumplimiento. Tratándose de la  Ley de Dios más vale excederse que no llegar.

 

El otro era un hombre de calle que gitaneaba para sacar a su familia adelante. Un vulgar judío. Se nota que arrastraba consigo siempre una intranquilidad de conciencia. Tenía un oficio penoso.

 

Las dos diapositivas son durísimas. Quien vive para Dios social y privadamente, y quien vive para ganarse la vida.

 

El fariseo se comparó “con los demás”, con el pueblo y se vio mejor; se miró hacia dentro y se vio limpio. No pidió nada. “Te doy gracias de no ser como los demás”

 

El publicano recaudador no se comparó con nadie, “Señor, ten piedad”: Dios mío, métete en mi piel. “Bajó a su casa a bien con Dios”.

 

Una oración del siglo I recogida en el Talmud, reproduce una oración de fariseo:

 

“Te doy gracias, Señor, Dios mío, porque me has dado parte entre aquellos que se sientan en la casa de la enseñanza y no entre aquellos que se sientan en los rincones de las calles;

pues yo me pongo en camino pronto y ellos se ponen en camino pronto: pero yo me encamino a la palabra de la ley y ellos se encaminan hacia otras cosas.

 

Yo me fatigo y ellos se fatigan, pero yo me fatigo y recibo la recompensa, ellos se fatigan y no reciben ninguna recompensan.

 

Yo corro, y ellos corren, pero yo corro hacia la vida del mundo futuro y ellos corren hacia la fosa de la perdición.”

 

Talmud. Las enseñanzas sobre la Escritura, transmitidas primero oralmente y fijadas por escrito en el siglo II d.C., fueron objeto de comentarios en las escuelas rabínicas de Palestina (Galilea) y Babilonia. Talmud es el conjunto de esas enseñanzas y sus comentarios.

 

Frente a aquella mentalidad, la parábola de Jesús, tuvo que ser revolucionaria, incomprensible y casi ofensiva.

 

¿Quiere alguien que la “encarnemos” en nuestra sociedad religiosa llena de cleros de élite separados del pueblo e incluso de otros cleros, institutos religiosos para escogidos, comunidades de base separadas de gentes vulgares?

 

Existe ese gran peligro. Hartos hasta la nausea de tanta liturgia vacía e ignorante, huimos del pueblo, -“los demás”- y fomentamos gremios escogidos.

 

¿No sería productivo que, algunas veces, los cristianos ilustrados de bases escogidas, nos sentáramos en los bancos parroquiales para oír esos rollazos de homilías-sermones que soporta el pueblo aunque sólo sea para estar con la masa y rezar el padrenuestro con los nuevos publicanos? Es decir: sentirse como los demás, sentirse pueblo.

 

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