EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lucas 20, 27-38

 

 

27 Se acercaron entonces unos saduceos, de esos que niegan la resurrección, y le propusieron 28 este caso:

 

- Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”. 29 Bueno, pues había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. 30 El segundo, 31 el tercero y así hasta el séptimo se casaron con la viuda y murieron también sin dejar hijos. 32 Finalmente murió también la mujer. 33 Pues bien, esa mujer, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?

 

34 Jesús les respondió:

 

- En este mundo, los hombres y las mujeres se casan; 35 en cambio, los que han sido dignos de alcanzar el mundo futuro y la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casan; 36 es que ya no pueden morir, puesto que son como ángeles, y, por haber nacido de la resurrección, son hijos de Dios. 37 Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob” (Éx 3,6). 38 Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos.

 

 

Comentarios de Pedro Olalde

 

 

La esperanza en la vida futura hace más alegre la vida y menos temerosa la muerte. Como decía Santa Teresa: “Esta vida no es más que una mala noche en una mala posada” o “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.

 

Las grandes alegrías de la familia unida, de la familia cálida, de la convivencia agradable, los mejores momentos de la vida son sólo aperitivos que nos ayudan a barruntar muy lejanamente lo que ha de ser la bienaventuranza eterna.

 

En el pasaje de hoy, aparecen los saduceos haciendo una pregunta curiosa sobre la resurrección. Queriendo ridiculizar la enseñanza de Jesús, presentan el caso de una mujer que, conforme a la ley del levirato (Dt 25,5) se ha casado con 7 hermanos, muriendo todos, uno tras otro, sin tener hijos. Su pregunta es: ¿De quién de ellos será mujer, si es que existe la resurrección?

 

En su respuesta, Jesús les habla de las condiciones de la vida presente, donde los hombres y las mujeres se casan para prolongar la vida, pues somos mortales.

 

En la otra, añade Jesús, será diferente y no habrá necesidad de casarse, pues ya no moriremos, siendo hijos de Dios por la resurrección.

 

Luego, Jesús trae una cita del Pentateuco, que, según parece, era lo único que los saduceos aceptaban.

 

Nosotros, creyentes de poca fe, vivimos de espaldas a la muerte, pensando en ella lo menos posible, completamente despreocupados del tema de la resurrección.  ¿Para qué pensar en esas cosas, si sólo estamos seguros de esta vida? ¿No es mejor concentrar todas nuestras energías en disfrutar al máximo de nuestra existencia actual?

 

¿No ha llegado la hora de escuchar al profesor Tierno Galván, para “instalarnos perfectamente en la finitud” y aprender a vivir y morir sin refugiarnos en ilusiones de resurrección o vida eterna?

 

Son preguntas que están en la conciencia del hombre contemporáneo. Pero esta actitud, aparentemente tan sensata y realista, ¿es la postura más sabia o es, más bien, la resignación de quien se cierra al misterio último de la existencia, mientras en su interior todo es protesta?

 

Sin duda, esta vida finita encierra un gran valor. Es cosa muy grande el vivir, aunque no sea más que unos años. Es muy grande gozar, amar, crear un hogar, luchar por un mundo mejor.

 

Pero si lo único que nos espera a todos y a cada uno de nosotros es la nada, ¿qué decir de los que han muerto sin haber disfrutado de felicidad alguna? ¿Qué decir de tantas vidas malogradas, perdidas o sacrificadas? ¿Qué esperanza puede haber para ellos?

 

Dios, según Jesús, “no es Dios de muertos sino de vivos”. Dios no es sólo el creador de la vida; es el resucitador que la lleva a su plenitud.

 

Cómo será la otra vida es un misterio. Lo que sabemos es que el cielo, esencialmente, es amor. El cielo consistirá en vivir como hermanos con el único Padre y el Hermano mayor, Cristo Jesús, unidos por el mismo Espíritu de amor.

 

Y el modo de felicidad de la otra vida marca el sentido de ésta. Lo que ha de constituir la dicha y bienaventuranza en el más allá, lo ha de constituir en el más acá. Por eso, hay que empezar a saborear la dicha de la solidaridad, de la familia unida, del compartir.

 

Jesús de Nazaret quiere que convirtamos la tierra en un cielo, en el tiempo de los aperitivos del gran Banquete.

 

 

Comentarios de Patxi Loidi

 

Estamos en Jerusalén, en los últimos días de Jesús. Este se halla en abierta confrontación con los dirigentes judíos. Tras el choque con los fariseos y los escribas o maestros de la Ley, se le enfrentan los saduceos.

 

Este grupo está integrado por el alto clero (jefes de los sacerdotes) y los laicos notables, llamados también senadores o ancianos (laicos ricos). Formaban el círculo del poder económico y religioso. No esperaban un mesías liberador. Eran colaboracionistas de los romanos.

 

No creían en la resurrección, a diferencia de los fariseos. Su religión era más bien terrenal. De la Biblia, sólo aceptaban los libros atribuidos a Moisés, o sea el Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento en los que no se ve todavía la fe en la resurrección, que se empezó a ver más tarde.

 

En este pasaje inventan una curiosa historia, basada en una ley de Moisés, llamada Ley del Levirato, para pillar a Jesús y desacreditarlo.

 

Guía para la oración personal con este pasaje.

 

V. 27-33.

La mala intención de los saduceos. Probablemente yo no tendré mala intención con Jesús. Pero puedo tener indiferencia o poco interés. Con esta historia, los saduceos quieren ridiculizar a Jesús. Yo puedo ridiculizarlo siendo cristiano y no viviendo como tal. Examino mi actitud y mi fe. ¿Creo de verdad en él?

 

V. 34-36.

Ideas materialistas sobre Dios y la resurrección. ¿Creo yo en la resurrección? ¿Creo en una vida completamente nueva en la que tendremos la plenitud de Dios? Hablar con Jesús, hacer actos de fe. Y luego, empezar a vivir desde ahora como un resucitado.

 

V. 37-38.

Segundo argumento de Jesús. Dios es un Dios de vivos, luego hay resurrección. He de meditar sobre los difuntos y sobre mí mismo. ¿Creo en la resurrección de ellos y la mía? ¿Creo firmemente? Hablar con Jesús.

 

V. 37-38 de nuevo.

Medito sobre el valor de la vida en esta tierra. Es el mayor valor. La vida de cada persona es sagrada. Pero tenemos muchos asesinatos, muchas injusticias, muchas guerras, muchos muertos de hambre, mucha gente que no tiene medios de vida, mucha gente anémica. ¿Qué hago yo a favor de la vida? ¿Sólo alguna limosnita? Y ¿pienso ser así buen discípulo de Jesús?

 

 

  

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