EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Lucas 17, 5-10

 

 

5 Los apóstoles le pidieron al Señor:

 

- Auméntanos la fe.

 

6 El Señor contestó:

 

- Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, le diríais a esa morera: “quítate de ahí y tírate al mar”, y os obedecería.

 

7 Pero suponed que un siervo vuestro trabaja de labrador o de pastor. Cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “Pasa corriendo a la mesa”? 8 No, le decís: “Prepárame de cenar, ponte el delantal y sírveme mientras yo como; luego comerás tú”. 9 ¿Tenéis que estar agradecidos al siervo porque hace lo que se le manda?

 

10 Pues vosotros lo mismo: cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

 

Comentarios de Pedro Olalde

 

Monseñor Casaldáliga, candidato al premio Nóbel de la Paz por su lucha a favor de los indígenas, y que ha estado a punto de ser mártir, testimonia tímidamente en unas confesiones escritas: “Creo que creo”…

 

Si él solamente “cree que cree”, ¿qué podremos decir otros? Y es que la fe es esencialmente humilde. La fe presumida no existe.

 

Confesaba un convertido de una fe rutinaria a una fe gozosa: “El creer que creía me ha hecho más daño que una blasfemia”.

 

Fue Arquímedes el que dijo: “Dadme un punto de apoyo y removeré la tierra”. Algo así podríamos decir: “Dadme un hombre de fe, que realizará lo imposible”.

 

Eso es lo que significa el poder de transplantar la morera, un árbol de profundas raíces, en medio del mar. Lo cual no hace falta entenderlo al pie de la letra, porque expresa la fuerza, el dinamismo que la fe origina en el creyente, que le permite enfrentarse a todo, por más difícil que sea.

 

La parábola que sigue nos muestra la actitud que el hombre debe tener ante Dios. Está dirigida a los fariseos, que creían que con el cumplimiento de la ley, se hacían acreedores a que Dios les premiase. Se olvidaban que todo lo que recibimos de Dios (vida, salud, amor, bienes…) es puro don, pura gracia.

 

Lo que Dios nos concede no es, pues, algo que podemos exigir, como el obrero puede pedir un salario justo a su patrono. Como creyentes, debemos tener una conciencia muy arraigada de que Dios es pura gratuidad, por más que nos afanemos en corresponder a su amor con todo nuestro corazón.

 

¿Qué es tener fe en Jesús, fe en Dios? La fe es una decisión global por Jesús y por Dios, tomada con argumentos de peso y con un sentimiento amoroso fuerte.

 

Si constato que Dios es amor universal a todo: a nuestro tiempo, a nuestro espacio, a nuestra naturaleza, al mundo, al prójimo, entonces podré creer en Dios, dándole mi confianza y echándome en sus brazos, fiado en que no me defraudará.

 

Si experimento que Dios es un ser amoroso y cercano que me plenifica y me ayuda, no como un solucionario de mis problemas, sino como potenciador de mis cualidades, para que yo mismo las utilice para superar los obstáculos, entonces podré creer plenamente en ese Dios.

 

No hablamos de la fe como conocimientos de verdades. No decimos que la fe es creer verdades. Fe es fiarse, confiar, es un acto de confianza. La fe nos lleva a poner nuestra seguridad en las manos de Dios.

 

Podemos conocer poco de Dios, saber poca doctrina y, sin embargo, tener una gran fe, una gran seguridad en Dios. Y al revés, es posible ser un gran teólogo y saber mucho sobre Dios, y al mismo tiempo, tener poca fe, fiarse poco de Dios.

 

¿Cómo puede crecer la fe? La fe, como la hoguera, para que no se consuma y se apague, precisa ser alimentada. Una fe que no se alimenta, se puede decir que ya está muerta. La leña que hay que echar al fuego de la fe es ésta:

 

La oración. La fe del corazón se cultiva en la oración afectuosa. Cristianos que oran poco son cristianos de fe fría, de sentimiento superficial. Y es bueno pedir el don y el crecimiento de la fe, como hicieron los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”. O como el padre del chico enfermo: “Señor, yo creo; pero ayúdame en lo que falta a mi fe”..

 

Vivencia de la fe. Se alimenta la fe cuando, impulsado por ella, sirvo al Señor en mis hermanos desde mi tarea profesional y mis compromisos cotidianos, como lo haría Jesús si estuviera en mi lugar. Cuando se vive como se cree, la fe va cobrando una hondura increíble.

 

Compartir la fe. Medio milagroso para crecer en la fe es compartirla. Ya decía San Cipriano: “Un cristiano solo no es ningún cristiano”. Mucho más hay que decirlo hoy, en que sufrimos tantas agresiones directas e indirectas contra la fe: “Si no fuera por el grupo de fe, decían unos cuantos cristianos, no queremos ni pensar qué hubiera sido de nosotros”.

 

Formarse. La lectura de buenos libros religiosos, la participación en grupos, cursos y charlas nos ayudan a profundizar en ella. Para alimentar la fe, hay que acercarse a la fuente de la misma, que es la Palabra de Dios.

 

Los cristianos podemos hacer mucho bien si ponemos todo nuestro talento y buena voluntad en insuflar fe y esperanza a todos los que podamos, para que la gente no vaya a la deriva y sea cada vez menos vulnerable, ante las dificultades de la vida ordinaria, y pueda afrontar, cuando lleguen, los fracasos personales, las enfermedades y la muerte.

 

Comentarios de Patxi Loidi

 

Hoy tenemos dos grandes enseñanzas: la fe y la gratuidad de Dios.

 

La oposición entre Jesús y los fariseos está sobre todo en la fe y la gratuidad. Los fariseos pretendían conquistar a Dios y salvarse por sus propios méritos, como gran parte de los cristianos actuales.

 

Jesús nos enseña que no nos salvan las obras, sino la fe; o sea, nos salva Dios, si tenemos fe; y nos salva gratuitamente.

 

Las obras buenas, la vida santa no es la causa de nuestra salvación, sino su consecuencia. Dios nos perdona y nos salva gratuitamente por la fe, y esa salvación hace que produzcamos toda clase de obras buenas.

 

Nuestra vida santa es la consecuencia y el test de la fe verdadera.  Cuando hay fe verdadera, hay obras buenas. El intento de conquistar a Dios con nuestros méritos denota idolatría. Todo es gratuito. Por eso Jesús nos dirá que, cuando nos sacrificamos y obramos bien, “sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”, porque Dios ya nos ha dado su gracia (V.10).

 

Desgraciadamente, la formación que se da en muchos grupos cristianos es la del fariseo bueno: yo hago obras buenas con mi esfuerzo y así conquisto el amor de Dios y conquisto mi salvación. Tenemos que dar la vuelta completa a ese paradigma, que no es cristiano.

 

El premio del verdadero cristiano es Dios mismo. Otros premios, como el gusto del deber cumplido, el agradecimiento de la gente o la satisfacción interior son premios menores, que pueden venir o no venir.

 

 

Guía para la oración personal con este pasaje.

 

 

V. 5.

La palabra “Señor”. ¿Es Jesús realmente el Señor de mi vida?

Auméntanos la fe. Hermosa oración, para repetirla muchas veces.

 

V. 6.

Si tuviéramos más fe, nos sacrificaríamos más, nos lanzaríamos a obras imposibles y las sacaríamos adelante. Escucho al Señor que me habla del grano de mostaza. Puedo cantar la canción: “Si tuvieras fe como un granito de mostaza, esto dice el Señor”, etc.

 

V. 7-9.

No soy siervo, sino hijo de Dios. Pero no tengo mérito en lo que hago, poco o mucho, porque todo es pura gracia de Dios.

 

V. 10.

Todo lo que tengo y hago es pura gracia de Dios. Debo desechar la religión mercantil. No vale, ni siquiera para salvarme, porque la salvación es pura gracia. Y si hago más cosas que otros, es pura gracia de Dios y soy afortunado. ¿Aprenderé a ser gratuito y no cobrar, ni siquiera con alabanzas y agradecimientos? Pero si me las dan, las dirigiré al Señor.

 

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