Lc 6, 20-26
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para leer evangelio)
Hacer de la vida un servicio útil…
y sentirse muy bien así
Seguimos también una lectura semi-continua
del evangelio de Lucas. El domingo anterior
tratábamos del principio de la predicación y
el llamamiento de los primeros discípulos.
Vienen a continuación varios acontecimientos
importantes, como una presentación de Jesús
en sus aspectos más irritantes para la
religión oficial: cura a un leproso, perdona
los pecados, elige como discípulo a un
publicano, discute la ley del ayuno... y le
siguen las multitudes, y él cura sus
enfermedades.
Una vez presentado Jesús, Lucas da lo
esencial, el centro, el corazón de su
mensaje. Es el capítulo sexto, el llamado
"sermón del llano", paralelo al “Sermón del
Monte“ de Mateo 5, que se inicia y alcanza
su mayor fuerza en lo que hemos llamado "Las
Bienaventuranzas".
Recordemos que la versión de Lucas es
probablemente la más antigua, y que Lucas
recoge tradiciones, recopilaciones de dichos
de Jesús muy próximas a la muerte del
Maestro.
Aunque nos resulta tan conocido,
detengámonos en ellas. Ante todo, recordemos
que este pasaje es un fragmento de un largo
compendio "doctrinal". Lo incluimos al final
para dar oportunidad a una lectura
continuada.
Esta recopilación de Lucas condensa en
cuatro las nueve Bienaventuranzas de Mateo.
Las cuatro de Lucas subrayan ante todo la
oposición entre el pensar de la mayoría y el
pensar de los de Jesús. Ofrece una
contraposición de valores sorprendentemente
actual.
Dinero >< Pobres
Consumo >< Hambre
Salud >< Sufrir
Ser apreciado >< Ser perseguido
Tener dinero, comprar, no sufrir, ser
apreciados por todos, son los bienes que se
ambicionan por todos los que no tienen otro
fin que esta vida. Incluso los que
tienen/tenemos los ojos puestos en LA VIDA,
no nos libramos de tener un ojo en el futuro
y otro en el presente; salud, consumo,
comodidad, aprecio en esta vida… y cuando
eso se acabe, ya que se tiene que acabar, la
vida eterna.
Jesús proyecta la felicidad a la dimensión
definitiva del ser humano, y eso lo hacemos
todos. Pero nosotros lo hacemos como un
futuro más bien irremediable, y Jesús lo
mira como presente. Nosotros vemos en todo
eso bienes, con el inconveniente de que se
acaban. Jesús mira todo eso más bien como
peligros, incluso mira como desgracia lo que
a los ojos del mundo es bendición.
Es una de las claves importantes de la
visión de Jesús sobre el ser humano en la
vida: los valores no se establecen mirando a
la satisfacción que las cosas producen aquí.
Jesús señalará dos referencias básicas para
definirlos: el futuro definitivo de cada
persona y la construcción del Reino.
Teniendo estos dos polos como referencia de
los valores, la salud, la juventud, el
dinero, el aprecio social... pueden ser
negativos, estorbar la realización personal
y la construcción del reino.
Resumiéndolo en una frase, el mensaje sería:
"No estás en esta vida para disfrutar sino
para hacerla útil para siempre, para ti y
para todos".
A pesar de lo cual, es muy importante
fijarse en el enunciado de este Nuevo
Código, que no insiste en el aspecto
negativo, costoso, de renuncia, de estas
fórmulas, sino que, al revés, las enuncia
como "Dichosos los que...". Dichosos,
felices, afortunados, qué suerte tenéis...
serían expresiones equivalentes. Y es que
Jesús no está predicando una ascesis costosa
y triste, que se reprime y sufre mirando a
bienes superiores futuros. Esto convierte la
vida en un sufrimiento constante que vale la
pena por el premio futuro. Pero no es esto
lo de Jesús: Jesús ofrece "otra felicidad",
superior y más satisfactoria.
La felicidad que busca "el mundo" consiste
en disfrutar sin pagar ningún precio;
disfrutar en cada momento, satisfacer
deseos, evitar lo desagradable, mirarse a sí
mismo... Es, en resumen, negar la realidad
de la vida, intentar hacer un oasis de
satisfacciones en medio de la realidad de la
vida humana. Pero La vida humana no es así,
está llena de innumerables dificultades y
sinsabores.
El mayor problema de este enfoque vital es
que priva de sentido a la vida como
conjunto, que para ella sólo lo
satisfactorio de la vida puede tener
sentido, pero no puede dar sentido a nada
más. Esto pasa a la larga una amarga factura
de insatisfacción porque no realiza a la
persona ni a la colectividad.
Jesús ofrece otro código de felicidad,
basado en una comprensión más profunda y más
comunitaria de la persona humana. Asume la
vida entera del ser humano, como individuo y
como colectividad, y muestra dónde y cómo
puede encontrar la satisfacción de
realizarse. Y el ser humano encuentra esa
satisfacción cuando asume su condición
profunda que consiste en ser caminante y ser
hermano. Somos hermanos caminantes, y
encontramos nuestra realización y por tanto
nuestra más íntima satisfacción cuando
obramos como tales. Por eso el dinero, la
salud, las satisfacciones y placeres, la
aceptación social... pueden convertirse en
trampas deshumanizadoras, porque nos
instalan en esta vida impidiéndonos caminar
o porque rompen la fraternidad.
Y por eso no dice Jesús “dichosos los ricos”
(como pensamos nosotros), sino “pobres de
vosotros” porque “ya tenéis vuestro
consuelo”, es decir, porque os sentís
satisfechos, prisioneros de ese consuelo, os
volvéis insolidarios e incapaces de aspirar
a nada más… y esto, antes aún que Palabra de
Dios, es experiencia cotidiana: cuanto más
se tiene se suele ser menos capaz de
compadecer, se suele desear más de lo mismo
insaciablemente, se suele ser menos capaz de
esfuerzo y de solidaridad…
El Antiguo testamento veía la salud, la
larga vida y la riqueza como signo de la
bendición de Dios: y se daba gracias por
esas cosas. Jesús no es tan ingenuo; Jesús
ve todos los días que los ricos crean la
desgracia de los pobres, que muchos pobres
son mucho mejores personas que la mayoría de
los ricos…. Bendita pobreza, que hace
personas; maldita riqueza, que destruye a la
humanidad.
Es sumamente sorprendente que Jesús sea –
por una parte - pobre, amigo de gente normal
(en la época, pobres), seguido por gente
sencilla y pobre, y sea – por otra parte –
poco apreciado por los ricos, por los
teólogos, por los puros y por los
sacerdotes.
Pero nosotros la Iglesia estamos
instaladísimos en el primer mundo, rico,
estamos llenos de ricos, doctores, puros y
sacerdotes… y los pobres de la tierra están
muy lejos, históricamente y actualmente.
Hasta nos hemos atrevido a decir, en un
Concilio, que la Iglesia debe hacer “una
opción preferencial por los pobres”.
Pues no: la iglesia no es un colectivo de
ricos que hace opciones preferenciales por
los pobres. La pobreza no es algo de otros,
sino una invitación a nosotros la iglesia. Y
no es una opción entre otras, sino el modo
de vivir de Jesús y de los de Jesús. Lo de
Jesús fue y es Buena Noticia para la gente
sencilla, para gente pobre, y fue y es mala
noticia o no fue ni es en absoluto noticia
para la gente que ante todo piensa en
comprar, gastar, consumir y estar bien visto
por todos. Así fue y así es.
Que nosotros la iglesia seamos en la gran
mayoría del segundo grupo tiene una lectura
muy sencilla: decimos que seguimos a Jesús,
pero servimos a dos señores. También esto lo
previó Jesús. Nosotros la iglesia hemos
cortado el nudo gordiano: Jesús dijo que los
camellos no pasan por el ojo de las agujas,
pero nosotros hemos hecho una aguja con un
ojo de veinte metros de ancho; y ya está, el
camello de nuestro consumo y nuestra
insolidaridad pasa ampliamente.
“El Sermón” de Lucas nos dirige palabras
que nos van muy bien; quizá la más directa
sería: ¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor",
y no hacéis lo que digo?. Nosotros la
iglesia hemos puesto enormes acentos en
ortodoxias, cumplimientos cultuales, etc.
etc., pero la esencia de lo de Jesús es
tomarse en serio que a Dios sólo se le sirve
en sus hijos, y que Jesús sólo tiene un
proyecto, al que Él llamaba “El Reino”, una
manera más humana de vivir, nosotros y
todos, un Proyecto de Humanidad por
construir…
Y es ese el contexto y el ambiente en que se
entienden bien las Bienaventuranzas y el
Sermón del Monte: no son preceptos para
salvarse, mandamientos de la nueva ley,
ascéticas del sufrimiento por la vida
eterna… Son, simplemente, la manera mejor de
vivir, que se reduce a: tomar la humanidad
en serio, trabajar por ella, hacer de la
vida personal un servicio útil… y sentirse
muy bien así, muchísimo mejor que atendiendo
a otras metas como ganar mucho dinero, estar
muy instalado, salir de compras a diario,
tener influencias y contactos…
Para Jesús está muy claro que “humanidad” es
mucho más que darse gustos, comprarse cosas,
figurar… Humanidad es una cosa muy seria,
que merece la dedicación total. Y
proporciona las mayores satisfacciones.
Entregarse a eso, el Reino, crear la
humanidad que Dios sueña, es como
encontrarse un tesoro: ya todo lo demás
carece de valor.
Lucas 6, 17‑49
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una
gran multitud de discípulos suyos y gran
muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de
Jerusalén y de la región costera de Tiro y
Sidón, que habían venido para oírle y ser
curados de sus enfermedades. Y los que eran
molestados por espíritus inmundos quedaban
curados. Toda la gente procuraba tocarle,
porque salía de él una fuerza que sanaba a
todos. Y él, alzando los ojos hacia sus
discípulos, decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro
es el Reino de Dios. Bienaventurados los
que tenéis hambre ahora, porque seréis
saciados. Bienaventurados los que lloráis
ahora, porque reiréis. Bienaventurados
seréis cuando los hombres os odien, cuando
os expulsen, os injurien y proscriban
vuestro nombre como malo, por causa del Hijo
del hombre. Alegraos ese día y saltad de
gozo, que vuestra recompensa será grande en
el cielo. Pues de ese modo trataban sus
padres a los profetas.
«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque
habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de
vosotros, los que ahora estáis hartos!,
porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís
ahora!, porque tendréis aflicción y llanto.
¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de
vosotros!, pues de ese modo trataban sus
padres a los falsos profetas.
«Pero yo os digo a los que me escucháis:
Amad a vuestros enemigos, haced bien a los
que os odien, bendecid a los que os
maldigan, rogad por los que os difamen. Al
que te hiera en una mejilla, preséntale
también la otra; y al que te quite el manto,
no le niegues la túnica. A todo el que te
pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo
reclames. Y lo que queráis que os hagan los
hombres, hacédselo vosotros igualmente.
«Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis? Pues también los pecadores aman a
los que les aman. Si hacéis bien a los que
os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis?
¡También los pecadores hacen otro tanto! Si
prestáis a aquellos de quienes esperáis
recibir, ¿qué mérito tenéis? También los
pecadores prestan a los pecadores para
recibir lo correspondiente. Más bien, amad
a vuestros enemigos; haced el bien, y
prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra
recompensa será grande, y seréis hijos del
Altísimo, porque él es bueno con los
ingratos y los perversos.
«Sed compasivos, como vuestro Padre es
compasivo.No juzguéis y no seréis juzgados,
no condenéis y no seréis condenados;
perdonad y seréis perdonados. Dad y se os
dará; una medida buena, apretada, remecida,
rebosante pondrán en el halda de vuestros
vestidos. Porque con la medida con que
midáis se os medirá.
«Les añadió una parábola: « ¿Podrá un ciego
guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el
hoyo? No está el discípulo por encima del
maestro. Todo el que esté bien formado, será
como su maestro. ¿Cómo es que miras la
brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no
reparas en la viga que hay en tu propio
ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano:
"Hermano, deja que saque la brizna que hay
en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que
hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la
viga de tu ojo, y entonces podrás ver para
sacar la brizna que hay en el ojo de tu
hermano.
«Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo
y, a la inversa, no hay árbol malo que dé
fruto bueno. Cada árbol se conoce por su
fruto. No se recogen higos de los espinos,
ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre
bueno, del buen tesoro del corazón saca lo
bueno, y el malo, del malo saca lo malo.
Porque de lo que rebosa el corazón habla su
boca. « ¿Por qué me llamáis: "Señor,
Señor", y no hacéis lo que digo?
«Todo el que venga a mí y oiga mis palabras
y las ponga en práctica, os voy a mostrar a
quién es semejante: Es semejante a un
hombre que, al edificar una casa, cavó
profundamente y puso los cimientos sobre
roca. Al sobrevenir una inundación, rompió
el torrente contra aquella casa, pero no
pudo destruirla por estar bien edificada.
Pero el que haya oído y no haya puesto en
práctica, es semejante a un hombre que
edificó una casa sobre tierra, sin
cimientos, contra la que rompió el torrente
y al instante se desplomó y fue grande la
ruina de aquella casa. »